Estamos en un momento histórico que parece que ya hubiéramos vivido con anterioridad. Ese periodo en que había un partido hegemónico y que avasallaba en el Congreso con el cobijo de una norma que no resulta clara a todas luces, ya que la interpretación se ha dado en uno u otro sentido, dejándonos en incertidumbre y preguntándonos si la sobrerrepresentación es correcta o no y si ello deriva de un mandato soberano o de una redacción confusa en la Constitución y en las leyes electorales, lo cual será crucial para la siguiente legislatura y las reformas constitucionales que están a discusión y que, al menos en Comisiones, han sido aprobadas por las y los legisladores de la actual legislatura.
El punto en todo este debate debe centrarse en la democracia más allá de los simples números. Y es que si nos vamos a los números puros y duros, así como al texto de nuestra norma constitucional, la asignación y distribución de diputaciones y senadurías es correcta. Son unas reglas de juego que operaban para todos los partidos políticos y coaliciones, de tal manera que si las circunstancias hubieran sido al revés, quizá, estaríamos viviendo lo mismo.
Ahora bien, en un mundo ideal, el parlamento sería utilizado para eso precisamente, es decir, para el diálogo, para generar consensos y para crear normas que sean de utilidad para todo el pueblo de México deshaciéndose de cualquier atadura partidista, ya que en ello se estaría agregando una buena dosis de legitimidad y habría un convencimiento social de que se están construyendo acuerdos y no sólo se trabaja por consigna.
Lo cierto es que las funciones de interpretación reservadas a la instancia electoral deberán de respetarse porque, volviendo a lo mismo, está fijado que es el área donde se deben dirimir esas controversias. Así está la regla y si en algo no estamos de acuerdo habría que cambiarlo, pero teniendo muy claro que no se vale la retroactividad. Porque pareciera que entonces la queja con la ley es en función de las conveniencias.
No sabemos hasta este momento cuál será la decisión final de la conformación del Poder Legislativo en nuestro país, sin embargo, sí sabemos lo que representa ese poder para fines de la democracia y es que todas las voces se encuentren representadas en el parlamento a fin de ser escuchadas y mejorar las condiciones para diversos sectores sociales que siguen abandonados sin pensar en la venganza o el encono.
Justo este tipo de temas pueden generar una división profunda ya no en las cúpulas partidistas, sino en las bases donde el país tiene que hermanarse para resolver problemas graves, serios, históricos y solidarizarse con el otro. No podemos aceptar que la democracia se use de rehén para hacer creer una u otra postura política e ideológica porque, al final, quienes ocupan cargos de decisión importantes no serán quienes sufran las consecuencias sino el pueblo de México.
Ese grito fue emanado en las urnas recientemente y debe ser respetado, sin embargo, no es válido que hoy como en el pasado y nunca en el futuro, se utilice la fórmula y el discurso del ganador y de la mayoría como única vía de diálogo porque existe otro grupo, el que no emitió su voto por esa opción que no puede ser relegado.
Hace falta información, diálogo y rendición de cuentas para el soberano, el pueblo y un país convulso no habla de ello. La democracia no se debe defender en los tribunales sino reforzarse como una forma de vida.