/ viernes 16 de septiembre de 2022

Pie de nota | La partida de Isabel II y lo que nos queda

La finada reina se mantuvo como una de las pocas constantes durante los cambiantes 70 años

El papel histórico que se le asigna a Isabel II en lo político es el haber sido un símbolo de unidad, dignidad y resistencia pese a las profundas diferencias que habitan en todos los territorios hasta donde llegaba su influencia.

Más allá de su escandalosa familia y la poca capacidad de gestión que realmente tenía, la finada reina se mantuvo como una de las pocas constantes durante los cambiantes 70 años de su reinado.

Lee también: ¿Cómo será el funeral de la reina Isabel? Estos son los planes tras su muerte

Tuvo a bien convivir y cooperar con gobiernos conservadores y progresistas por igual y de ellos se reservó su opinión hasta el día de su muerte.

El deterioro de la salud de Isabel II se aceleró en los últimos días. | Foto: AFP

Los datos de su popularidad le respaldan. Por mucho, es la Windsor con opiniones más favorables: 75%, mientras su desafortunado y gris hijo Carlos apenas llega al 42%. En el sótano, por cierto, están Harry y Meghan, quienes han usufructuado el escándalo de su ruptura con la Corona.

¿Quién diría que sus principales características como jefa de Estado, la monotonía, el estoicismo y la falta de ideología, serían hoy vistas como cualidades?

No es secreto que el quehacer político ha evolucionado en todo el mundo hacia un lugar completamente opuesto.

Isabel II era la monarca que más tiempo ocupó el trono británico, al que ascendió el 6 de febrero de 1952. | Foto. AFP

Presidentes hoy se atrincheran en la ideología que más votos les generen, gobiernan en consecuencia, hablan sin censura y en general dejan de lado la investidura para liberar sus pasiones y rencores.

En ese fenómeno por supuesto que hay niveles. Tenemos un Vladimir Putin que gobierna desde la dictadura, pasando por un López Obrador que no sabe de autocensura pero que la democracia lo mantiene aún en los márgenes de la civilidad, hasta llegar a un Joe Biden que por más sereno que aparente ser de vez en cuando tira el hate a los trumpistas que a su vez lo odian.

Me detengo en México, pues desde ahí le escribo.

A mis 34 años me pregunto cómo será sentir orgullo o nostalgia de un exgobernante como hoy expresan varios respecto al legado de Isabel II.

La primera ministra fue la última en tener una reunión oficial con la reina. | Foto: AFP

Lo más cercano que tenemos a una monarquía en México son nuestros expresidentes vivos y de ellos se puede destacar poco. Unos viven en el desprestigio, ganado o no, mientras que otros han optado por la senda de la comedia.

En ellos no encuentro estoicismo, mucho menos guía y a veces ni decoro.

La cosa no creo mejore en 2025. Cuesta trabajo imaginar a un presidente López Obrador ya retirado manteniéndose callado y libre de esa mala maña de despotricar sin matices de todo lo que no le parece.

El hecho de que Ernesto Zedillo sea el expresidente que mejor sale parado refuerza el punto que le quiero comunicar. Desde el 2000 decidió salir casi enteramente de la vida pública para de vez en cuando comunicar ideas serenas y sin tribalismos sobre el estado de las cosas en el país. México le agradece que se haya bajado desde hace décadas del púlpito para aportar desde el silencio y la seriedad.

Isabel dice adiós en un punto de quiebre. Al final de la mayor pandemia que se tenga memoria, en medio de crisis económica, de cambios sociales súbitos, la ultrapolarización política, un punto medioambiental de no retorno y en medio de una guerra que desentona con la modernidad.

En los hechos globales la muerte de Isabel II no tiene implicaciones sociales, económicas o políticas profundas, pero sí marca un antes y un después.

Para los que no vivimos en el Commonwealth, Isabel II cobra valor como evento simbólico.

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Su paso a la historia coincide más como un recordatorio del mundo político actual, en el que la estabilidad, la civilidad y la constancia han pasado a ser un buen deseo ante la incertidumbre, la polarización y la indisciplina instalada.

El papel histórico que se le asigna a Isabel II en lo político es el haber sido un símbolo de unidad, dignidad y resistencia pese a las profundas diferencias que habitan en todos los territorios hasta donde llegaba su influencia.

Más allá de su escandalosa familia y la poca capacidad de gestión que realmente tenía, la finada reina se mantuvo como una de las pocas constantes durante los cambiantes 70 años de su reinado.

Lee también: ¿Cómo será el funeral de la reina Isabel? Estos son los planes tras su muerte

Tuvo a bien convivir y cooperar con gobiernos conservadores y progresistas por igual y de ellos se reservó su opinión hasta el día de su muerte.

El deterioro de la salud de Isabel II se aceleró en los últimos días. | Foto: AFP

Los datos de su popularidad le respaldan. Por mucho, es la Windsor con opiniones más favorables: 75%, mientras su desafortunado y gris hijo Carlos apenas llega al 42%. En el sótano, por cierto, están Harry y Meghan, quienes han usufructuado el escándalo de su ruptura con la Corona.

¿Quién diría que sus principales características como jefa de Estado, la monotonía, el estoicismo y la falta de ideología, serían hoy vistas como cualidades?

No es secreto que el quehacer político ha evolucionado en todo el mundo hacia un lugar completamente opuesto.

Isabel II era la monarca que más tiempo ocupó el trono británico, al que ascendió el 6 de febrero de 1952. | Foto. AFP

Presidentes hoy se atrincheran en la ideología que más votos les generen, gobiernan en consecuencia, hablan sin censura y en general dejan de lado la investidura para liberar sus pasiones y rencores.

En ese fenómeno por supuesto que hay niveles. Tenemos un Vladimir Putin que gobierna desde la dictadura, pasando por un López Obrador que no sabe de autocensura pero que la democracia lo mantiene aún en los márgenes de la civilidad, hasta llegar a un Joe Biden que por más sereno que aparente ser de vez en cuando tira el hate a los trumpistas que a su vez lo odian.

Me detengo en México, pues desde ahí le escribo.

A mis 34 años me pregunto cómo será sentir orgullo o nostalgia de un exgobernante como hoy expresan varios respecto al legado de Isabel II.

La primera ministra fue la última en tener una reunión oficial con la reina. | Foto: AFP

Lo más cercano que tenemos a una monarquía en México son nuestros expresidentes vivos y de ellos se puede destacar poco. Unos viven en el desprestigio, ganado o no, mientras que otros han optado por la senda de la comedia.

En ellos no encuentro estoicismo, mucho menos guía y a veces ni decoro.

La cosa no creo mejore en 2025. Cuesta trabajo imaginar a un presidente López Obrador ya retirado manteniéndose callado y libre de esa mala maña de despotricar sin matices de todo lo que no le parece.

El hecho de que Ernesto Zedillo sea el expresidente que mejor sale parado refuerza el punto que le quiero comunicar. Desde el 2000 decidió salir casi enteramente de la vida pública para de vez en cuando comunicar ideas serenas y sin tribalismos sobre el estado de las cosas en el país. México le agradece que se haya bajado desde hace décadas del púlpito para aportar desde el silencio y la seriedad.

Isabel dice adiós en un punto de quiebre. Al final de la mayor pandemia que se tenga memoria, en medio de crisis económica, de cambios sociales súbitos, la ultrapolarización política, un punto medioambiental de no retorno y en medio de una guerra que desentona con la modernidad.

En los hechos globales la muerte de Isabel II no tiene implicaciones sociales, económicas o políticas profundas, pero sí marca un antes y un después.

Para los que no vivimos en el Commonwealth, Isabel II cobra valor como evento simbólico.

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Su paso a la historia coincide más como un recordatorio del mundo político actual, en el que la estabilidad, la civilidad y la constancia han pasado a ser un buen deseo ante la incertidumbre, la polarización y la indisciplina instalada.

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