Hace poco más de cuarenta años cuando se suscitó uno de los despidos masivos más importantes en la zona industrial de Ciudad Sahagún, José Fausto Romero, quien, ahora cuenta con 82 años, le preguntó a su esposa: ¿Ahora qué hacemos? Y en seguida le propuso, con su liquidación, poner un negocio de ropa, una zapatería entre otras opciones; sin embargo, recuerda que ella, se le quedó viendo enojada y le respondió: “Vamos a hacer lo que tú sabes hacer bien. Vamos a ser alfareros”.
Desde entonces, 1982, la familia Romero Ramírez, encontró en el barro, su principal medio de subsistencia, pero, sobre todo, su pasión de vida.
Don José Fausto, señaló que su encuentro con la alfarería fue desde muy temprana edad pues su familia se entregó a este oficio desde hace muchas décadas atrás.
Afirmó que sus tatarabuelos ya se dedicaban a esto, pero que, cuando las industrias llegaron a Tepeapulco, específicamente, a Ciudad Sahagún, cientos de personas se convirtieron en obreros e incursionaron en la industria automotriz; no obstante, cuando se registró una oleada de despidos masivos, él junto con otros de sus familiares, fueron separados de sus puestos de trabajo.
Fue gracias al apoyo de su esposa Ignacia Ramírez con ahora 78 años ,que, en 1982, decidieron retomar el oficio que su familia había practicado de generación en generación, por lo que decidieron instalar un taller en la calle de José Parres Guerrero de la colonia El Calvario en Tepeapulco.
En este sitio, desde hace más de cuatro décadas elaboran en su mayoría artículos asociados al hogar como ollas, cántaros, tinajas, macetas, incensarios, floreros, los tradicionales puerquitos que sirven como alcancías y prácticamente cuanta figura se pueda imaginar y moldear.
Los alfareros indicaron que hay quienes aún piden pagar un menor precio por sus piezas; sin embargo, dijo, afortunadamente prevalece en las personas una conciencia de que se trata de un producto artesanal.
Explicó que cuando sus manos eran más fuertes algunas de sus piezas fueron exportadas a Estados Unidos; no obstante, debido a que solo uno de sus cinco hijos, decidió continuar con este oficio y el paso de los años su producción disminuyó, especialmente desde hace unas semanas cuando su hijo sufrió un accidente, del que venturosamente, ya se recupera.
Refirió que durante un tiempo se difundió el temor de que los utensilios elaborados con barro contenían plomo; sin embargo, dijo, todos los materiales que emplean no causan daño a la salud pues las piezas son horneadas a mil 800 grados de temperatura.
Finalmente, Don Fausto y Doña Nachita, aseguraron que es un orgullo para su familia preservar a través del barro esta tradición ancestral, sobre la que afirmó “Más que un medio de subsistencia es nuestra vida, aquí vivimos junto a los hornos, junto a la arcilla”.