Cuando decimos “Tulancingo” miles de imágenes pueden llegar a nuestro referente mental: ya sea su pintoresca gastronomía encabezada orgullosamente por el típico guajolote; su amor por la lucha libre pues no se podía esperar menos de la ciudad natal del Enmascarado de Plata; su tranquilidad y belleza que fácilmente se aprecian al caminar una tarde templada por el jardín de La Floresta o por la avenida 5 de mayo; o incluso puede que regresen a la memoria las espectaculares antenas que reciben a todos quienes pasan por aquí provenientes de la Ciudad de México.
Sin embargo, por muy marcados que tengamos dichos referentes, hay uno que no se escapa de nadie, así haya vivido poco tiempo o toda una vida en la ciudad “detrás del tule”. Indudablemente es imposible suprimir de la memoria individual y colectiva de originarios y foráneos, así como de turistas o visitantes, el imponente levantamiento de las dos torres que se alzan en el centro de Tulancingo.
Es difícil no recordar después de haber entrado, la gigantesca nave de casi 42 metros de altura. La Catedral Metropolitana de Tulancingo simboliza no solo el paso inminente de los españoles en México a casi principios del siglo XVI, sino que es el ícono que marca un antes y un después en la historia de la evangelización a nivel mundial y que hoy en día es recuerdo vivo de la época virreinal de nuestro país, además de ser la sede principal de la Arquidiócesis.
Los orígenes de la Catedral de Tulancingo
Iniciada como un convento fundado por los franciscanos en 1528, siete años después de que se consolidó la Caída de Tenochtitlan a manos de los ejércitos españoles de Cortés, el complejo religioso comenzó como un convento con una iglesia adjunta en este asentamiento humano, al cual nombraron como San Juan Bautista Tollantzinco.
Así dan fe las investigaciones hechas por la Maestra en Estética y Arte de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), María Esther Pacheco Medina, quien en su publicación académica “La Catedral de Tulancingo: Arquitectura al servicio de la devoción”, señala que Tulancingo fue dado a los conquistadores como un regalo, bajo encomienda de “hacer producir la tierra” y como la única forma de cristianizar a los indios.
“El gran conjunto conventual que construyeron incluía un hospital, la capilla de la Tercera Orden, la ermita de El Calvario, una gran huerta y un atrio que servía también de cementerio”, se lee en dicha investigación. En los primeros 200 años luego de la Conquista, los franciscanos se encargaron de evangelizar con catolicismo austero a los asentamientos indígenas que había en el valle y que hoy comprenden los municipios vecinos de Santiago Tulantepec y Cuautepec.
No obstante, fue hasta el 16 de noviembre de 1754 cuando se instituyó la parroquia de San Juan Bautista, para lo cual fue necesario ampliar la antigua iglesia en la década de los 80 el siglo XVIII: "…se edificó, a costas de la primitiva, una iglesia de mayor amplitud y sólida construcción, el presbiterio de la cual se ajustó a una artística perspectiva que tenía la firma de José Pavón, con fecha 1778 (…)”
Según Pacheco, en ese mismo año el Cabildo de Tulancingo encabezado por el alcalde Francisco Antonio del Llano y Sierra pidió a la Academia de San Carlos que desarrollaran un proyecto para la nueva parroquia, pues dicho sea de paso, presuntamente había sufrido de un incendio que destrozó gran parte de la estructura original; este siniestro no se ha podido confirmar a la fecha.
Pese a lo anterior, se delegó para el proyecto a nada más ni nada menos que al arquitecto José Damián Ortiz de Castro, Maestro Mayor de la Catedral y de la Ciudad de México, hecho que le valió el nombramiento como Académico de Mérito en la Academia de las Tres Nobles Artes de San Carlos.
Construcción y arquitectura
Con una ampliación de más de 300 metros en comparación con la iglesia original, el proyecto tomó camino en septiembre de 1788; la construcción, un año después.
De acuerdo con versiones históricas, las nuevas estructuras que se modificaron o agregaron a la incipiente parroquia fueron "la altura de los muros, se añadieron los cruceros, la cúpula y el vestíbulo; se incorporaron además dos torres campanario".
Debido a las tendencias arquitectónicas de la época, las cuales buscaban poco a poco desplazar lo hecho en el periodo barroco al considerarse de mal gusto, el nuevo templo sería diseñado bajo la corriente neoclásica. Dicha expresión busca ser contraria al barroco y destacar por su sencillez, haciendo uso de columnas, cúpulas, frontones o bóvedas.
Es así que se construyó la Catedral tal cual la conocemos el día de hoy: una estructura con forma de cruz latina, con un frente (conocida en arquitectura bajo el término "portada") hecha con cantera gris, con adornos discretos y sencillos.
"El amplio frontón denticulado de estilo neoclásico y forma triangular descansa sobre un friso y cornisa de gran sencillez. En el tímpano se ubica un bloque sin tallar en el que antiguamente estaba tallado el escudo de España, el cual fue removido durante la Primera República", enuncia Pacheco. Las ya mencionadas torres que protegen con recelo las campanas de la iglesia, resguardan a su vez cuatro columnas de orden jónico. Ambas se coronan por pirámides octagonales que rematan en esferas. Según la citada investigación, la altura desde el piso hasta la punta de cada torre es de 41.3 metros.
Sobre el portón reposa la imagen de un cordero echado con el que se representa a Jesucristo. Si miras con detenimiento, notarás que tiene las letras B C P E E O M, que simbolizan los siete sacramentos que manda la palabra de Dios. Al entrar al templo, espectadores y religiosos darán fe de una imponente nave de 58 metros de largo, también en forma de cruz, donde al fondo se alza una ábside poligonal.
"Desde cada par de los capiteles de las pilastras arrancan arcos fajones de medio punto con detalles neoclásicos, como las almohadillas, estos arcos dividen la nave en cinco partes y sobre estos emergen las bóvedas de arista que presentan incrustaciones de cantera en las nervaduras. En su clave tienen grabada la fecha de su construcción", este último detalle puede apreciarse si se mira con detenimiento cada uno de los arcos al interior de la Iglesia. Como referencia, basta con observar detenidamente el balcón desde donde toca el coro.
La cúpula aloja ocho ventanas que se ven desde el exterior, además de que al interior se pintaron cuatro parejas de "amorcillos" (los identificarás porque son como angelitos) que vuelan alrededor de una guirnalda de flores doradas. Al bajar la mirada y como si leyéramos un libro, llegamos al altar principal, dedicado por supuesto al patrono de la Catedral: San Juan Bautista. Aunque por encima de este santo se encuentra la imagen de la Virgen de la Asunción, hecho que, según especialistas, hace pensar que la Catedral se dedica realmente a esta advocación de María.
Viendo el altar de frente, a la derecha se montó una capilla en honor a la Virgen de Guadalupe, hace pocos años también se colocó una imagen réplica del sepulcro de San Juan Pablo II, santo que guarda gran cantidad de devotos en Tulancingo.
Del lado izquierdo está la capilla de la Epístola, en donde resguardado por una imagen de Jesucristo se aloja el Santísimo Sacramento. Aquí también reposan los restos del primer arzobispo de la Arquidiócesis, monseñor Pedro Arandadíaz.
El coro se ubica a 18 metros de altura sobre el acceso y las ventanas que iluminan el recinto están sobre los muros laterales. En ambos lados de la nave hay confesionarios y junto al acceso hay un baptisterio, además de cuatro nichos en donde descansan los restos de tulancinguenses que vivieron en la ciudad durante el siglo XVIII y XIX. En lo que respecta al atrio, está rodeado por una reja de herrería y se divide en tres lados: norte, central y sur.
La parte central es por donde se accede al templo, mientras que en el norte se ubica la capilla de San José (a un costado de esta, el espacio actualmente se ocupa como estacionamiento y baños públicos) y la de la Inmaculada Concepción. Mientras tanto, en la parte sur, hay una cruz atrial donada por Luis Roche en los años 80, una especie de réplica de la cruz cogollada de Zempoala.
En total, pasaron 18 años para que concluyera la construcción de la Catedral y fuera consagrada y abierta al público:
"Lo anterior da muestra el interés y la cooperación que debió existir entre el gobierno local, las autoridades eclesiásticas y los feligreses para llevar a buen término esta magna obra. Las lápidas de cuatro tumbas que se localizan en el sotocoro, son también evidencia de las aportaciones que debió haber hecho la familia de La Torre, para tener el honor de que algunos de sus miembros fueran enterrados en el interior del templo", menciona la investigadora.
Es así que a 217 años de que este recinto comenzó a fungir como el principal referente religioso del Valle de Tulancingo, la Catedral Metropolitana es una postal obligada para propios y extraños. Un icono que históricamente vincula la arquitectura neoclásica con el pasado colonial de nuestro país y curiosamente sienta nexos con la Catedral de la Ciudad de México.
Un espacio donde cada domingo se congregan al menos 500 feligreses para asistir a misa y que aprovechan la grandeza del templo para recibir procesiones, presentar conciertos o simplemente sentarse unos minutos para rezar o descansar.
Un espacio para la reflexión y meditación, que muy seguramente trascenderá en la historia social de la comunidad tulancinguense pero también en la individual: religiosos o no, es probable que todos los que habitan este valle tengan al menos una anécdota ligada a la Catedral, lo que da muestra de su vasto arraigo en la cosmovisión local y en la memoria pasada, presente y futura de Tulancingo.