Fernando Flores Chávez es un reconocido escultor y ceramista pachuqueño que crea con distintos tipos de barro, pero, especialmente con el que se obtiene de las minas de Huasca, intrincados murales y esculturas que emergen de sus hábiles manos e imaginación, y que luego de esmaltarlos, adquieren vibrantes colores dentro de un horno, donde las piezas cobran vida hasta mil 280 grados de temperatura.
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El artista refirió que, por iniciativa propia, hace quince años, se acercó a la alfarería y con el paso de los años se fue especializando en diversas técnicas de escultura, esmaltado y en la utilización de hornos con el objetivo de crear sus propias piezas y de esta manera promover la riqueza cultural de México con detalladas catrinas y de la cultura hindú, con figuras de distintas deidades como: Brahma, Vishnu y Shiva.
Indicó que el uso del barro como material para la creación de piezas únicas ha sido una tradición arraigada a lo largo de los siglos y que se remonta a la época prehispánica por lo que, utilizando las palabras del escritor y periodista uruguayo Eduardo Galeano: "En un mundo de plástico y ruido, quiero ser de barro y de silencio".
“Vivimos en un mundo lleno de estímulos y tecnologías que nos mantienen en ritmo acelerado y a perder el foco de lo que realmente nos hace bien, por eso elegí la escultura, porque me permite escapar de todo esto, se convierte en un momento personal en el que permites que la arcilla te hable y se comunique con tus manos”.
Señaló que en sus obras, emplea distintos tipos de barro como el negro de Oaxaca, pero no solo por la cercanía, sino por su maleabilidad, prefiere la cerámica de Huasca, que al cocerse en distintas temperaturas adquiere diversas características.
Explicó que la cultura mexicana la representa con piezas como catrinas, las cuales, dijo, no son un elemento único del Día de Muertos, sino una figura muy apreciada tanto por el público nacional como extranjero, quienes ven en estas piezas un artículo identitario del país.
Refirió que su trabajo ha tenido una mayor difusión en el ámbito local en galerías ubicadas en el Pueblo Mágico de Huasca, Tulancingo, Pachuca y Ciudad Sahagún.
Detalló que las piezas hechas a mano atraviesan dos procesos de cocción, la primera le da fuerza a la pieza, la hace sólida, y una vez cocida, dijo, se esmalta y entra un horno en el que se trabajan a baja, media y alta temperatura para crear el característico vidriado de sus piezas, un proceso que permite activar los colores que crea a partir de distintos materiales como el sílice, los cuales se vitrifican dando un brillo único a cada pieza.
“Hacer una pieza depende del clima, normalmente pueden ser de dos a tres días, pero en época invernal, podemos demorar más, el verano es la mejor época para hornear”.
Indicó que la ventaja de sus obras es que las crea desde el polvo de arcilla, por lo que la plasticidad de este material, le permite realizar detalladas intervenciones en las que, en sus personajes principales, las catrinas, puede darles una identidad única agregándoles aves, mariposas, perros, jaulas, canastas y todo tipo de accesorios tan diversos como la imaginación.
Mencionó que, aunque algunos talleres emplean moldes como los que se usan para hacer galletas, en su taller prefiere técnicas ancestrales como el copiado con hojas de plantas.
Refirió que otro tipo de piezas que realiza son murales con volumen y cerámica miniatura, con piezas que son de medio centímetro.
Por último, refirió que la alfarería es el único arte que trabaja los cuatro elementos: la tierra que es la propia arcilla, el agua que se emplea para mezclarla y hacerla maleable, el fuego y el aire para poder cocerlas.