En Tulancingo, sobre la calle Manuel Fernando Soto, existe un pequeño taller de alfarería, quizá uno de los últimos del municipio, donde el maestro Daniel Mendoza hace arte a partir del barro.
Siendo ya un adulto mayor, pues ronda los 80 años de edad, Daniel es el dueño de este espacio ubicado detrás de una puerta de madera vieja, delatando los años que lleva en pie aquel espacio ubicado entre una tienda de abarrotes y un taller mecánico.
Con gran amabilidad y muy buena memoria, el maestro alfarero cuenta que aprendió el oficio a los cuatro años de edad, al ver a su abuela materna dedicarse a ello y trabajar en una mesa de madera gruesa que data, según cuenta, desde 1800, ahí nació el amor por el barro que al día de hoy sigue sintiendo con fuerza.
“Ténganle amor a esto, porque el hombre fue primero hecho de barro. Tenía cuatro años, aquí mismo trabajaba mi abuelita, me decía que me fijara bien. Cada pieza lleva un cachito de mí”, dijo el maestro alfarero.
Otras Labores
Cuenta que durante su juventud trabajó en una fábrica ubicada en Texcoco, aunque también se dedicó al boxeo, disciplina en la que ganó un cinturón de plata en Pachuca; al fútbol, además que fue aprendiz de albañil y pastor.
No obstante, a pesar de que no era un mal trabajo no era realmente lo que el señor Mendoza quería hacer con su vida por lo que a sus 17 años de edad y a pesar de tener un buen puesto en la fábrica, lo dejó todo y regresó a su natal Tulancingo, incluso tras los cuestionamientos de su padre.
Fue entonces que se dedicó de lleno a la alfarería, su verdadera pasión, absorbiendo todo el conocimiento que su padre, también alfarero, podía transmitirle. A partir de su materia prima, obtenida de Romeros que es una localidad perteneciente a Santiago Tulantepec y que hasta la fecha se caracteriza por ser una zona con bajos índices urbanos, fue que el señor Mendoza comenzó a hacer molcajetes, comales, ollas, cantaritos, platos de todo tipo, alcancías, figuras decorativas y otros enseres con sus propias manos.
El Paso a Paso
Para poder hacer una pieza el proceso comienza eligiendo la cantidad de barro que se necesitará, posteriormente amasa y aplana el barro con sus propias manos y con la pata de un metate hasta que queda lo suficientemente blanda para colocarla en el torno o rueda de alfarero y darle una consistencia apta, usando agua, para que el barro quede listo para adoptar la forma del molde en el que será colocado.
Luego de esto, manualmente se dan los detalles a la figura y se le aplica una ligera capa de polvo para que no se pegue a la base en donde se pondrá a orear por unas horas, es decir en lo que se seca, para posteriormente ser pintada y barnizada.
En este sentido, el señor Mendoza hizo énfasis en que el barniz del barro no es tóxico como se ha hecho creer en los últimos años.
“Esta técnica tiene sus metales pero esto se mezcla, se usa un cajete con alambre y se les echa sal, se echa al fuego y ya que sale se muelen en el metate, se llama greta y es de plomo y zinc”, explicó Mendoza.
Continuó explicando que una vez barnizada la pieza de barro se pasa al horno de piedra, prendido con leña de ocote y el cual toma al menos cuatro horas en “agarrar fuerza” para que entonces puedan cocerse las piezas; es en este punto del proceso que Daniel Mendoza asegura que no es tóxico usar utensilios de barro ya que los hornos alcanzan más de mil 200 grados centígrados, temperatura suficiente para eliminar cualquier impureza.
“Se empieza a cargar y se prende. Estas claraboyas, se le quita el tampón y ya que ves que brilla son cuatro horas”, señaló el alfarero.
Una vez que se sacan las piezas del fuego y se enfrían, quedan listas para poder venderlas. En un buen día de trabajo, el señor Mendoza cuenta que hacía hasta 60 piezas de golpe, algunas por encargo y otras creaciones propias para sustentarse.
Además de este uso para el barro, el maestro alfarero asegura que también este material tiene propiedades curativas al ser aplicado en el rostro como una mascarilla ya que puede eliminar cualquier tipo de imperfección con el uso constante, razón por la cual muchas mujeres le pedían pequeños pedazos de su materia prima, según relata.
Mendoza cuenta que su primer horno, el que hizo su papá, se cayó en 1951, por lo que poco tiempo después hizo su propio horno el cual sigue en pie, en la parte trasera de su hogar, junto con otro de menor tamaño pero más reciente, pues lo hizo su hijo, quien también aprendió el arte de la alfarería.
En ese tenor, el maestro alfarero lamenta que hoy en día ya no se compren tantos productos de barro como antes y que las nuevas generaciones mucho menos se interesen en aprender este noble oficio.
“Lo ven como algo muy bajo, no se quieren ensuciar las manos pero ojalá supieran lo que es el barro”, lamentó.
Añadió que penosamente, ya no lo buscan como antes para comprarle piezas, motivo por el que sus hornos, a pesar de que están en pie, se encuentran en desuso, y aún le quedan muchas piezas de barro en buen estado y pulcras, entre ellas algunos bustos de Santo, el luchador, cafeteras, cazuelas y hasta copales.
Agradecido por lo que Hace
Para Daniel Mendoza, se trata de una profesión muy gratificante y que al día de hoy, le llena de recuerdos ya que su taller está colmado por diferentes figuras de barro, algunas hechas por su padre, su tío, su hermano y su hijo.
Entre las figuras más llamativas que el alfarero guarda, se encuentra una pieza decorativa de barro con la imagen de la Estación Terrena pintada a mano, diversas figuras de pequeño tamaño pero muy bien detalladas como un pan de muerto.
Sin embargo, el trabajo de Mendoza no solo fue para el deleite de los tulancinguenses pues también llevó sus piezas a Estados Unidos, específicamente a Nueva York y Florida, donde su trabajo fue admirado no solo por estadounidenses sino incluso por argentinos, españoles y alemanes.
Gira de Convencimientos
Hoy en día, a pesar de su avanzada edad, Daniel Mendoza sigue visitando a alfareros de otros estados de México, ha ido a Puebla, Toluca, Guadalajara, Estado de México y próximamente irá a Chiapas para seguir alentando a los alfareros a no dejar morir esta profesión y arte que, en palabras del maestro, el primer gran alfarero es Dios pues a partir del barro creó al hombre y a su compañera.
Lleno de sentimiento y orgullo por su profesión, el maestro alfarero de Tulancingo sostiene que el día en que muera, su ataúd debe estar lleno de barro para así, ser uno con el material que siempre fue su pasión y para el cual nació para trabajar.