Existen muchas formas de asesinar en el día a día, la primera y la más conocida es arrebatar la vida de alguien más pero además de esta, están los hijos que niegan a sus padres o los seres humanos que actúan sabiendo que sus acciones dañan al medio ambiente. Están los que traicionan la confianza que alguien más les brindó y las mujeres que le niegan la vida a los nuevos hijos de Dios”.
Así lo expresó en entrevista para este diario, un sacerdote perteneciente a la arquidiócesis de Hidalgo, quien pidió permanecer en el anonimato y nos relató algunas de sus experiencias vividas en el confesionario con delincuentes, asesinos, hijos desviados y hermanos católicos.
Mencionó que en su trayecto como cura ha tenido encuentros en el confesionario con personas desviadas, unas por mero capricho y otras más por necesidad.
“Recuerdo mucho al primer hombre que me confesó su crimen, en su voz podía escuchar el arrepentimiento y dolor que le impedía poder estar en paz con él. No podía verlo, pero estoy seguro que en sus ojos se notaba el arrepentimiento de tal crimen, a veces la vida y las circunstancias los orillan a eso, pero Dios siempre es la solución”, mencionó.
Uno más que recordó, fue el de un hombre cegado por sed de venganza, que mató a su esposa por haberla encontrado en una situación comprometedora con otro hombre. Su caso fue particular, explicó el padre y dijo que en lugar de confesar el hecho con arrepentimiento o dolor, lo hizo con la intención de que lo supiera, de enaltecer lo que hizo.
Además de ellos, ha confesado y guiado en la absolución de sus pecados a cientos de hijos e hijas desviadas.
“Ser sacerdote es un trabajo difícil, muchas de las personas que vienen al confesionario lo hacen con miedo y pena, es nuestro deber darles una fortaleza, quitarles un peso y guiarlos a un encuentro con Dios”, apuntó.
En la casa de Dios, he tratado con personas que te dejan helado con sus confesiones, que tú las ves y parecen los seres más tranquilos del mundo. Muchas de estas personas son mujeres que han actuado de manera hiriente y que saben que las consecuencias de sus actos serán fatales.
A veces yo hablo con Dios y digo “Dios mío, dame las palabras correctas para entrar a sus corazones, pero sobre todo a sus mente, deja que algo de lo que les digo, les resuene en su interior y cambien sus destinos”.
Hace no mucho, al inicio de la pandemia, recuerdo que vino una mujer joven al confesionario, venia en un mar de lágrimas, estaba embarazada y no sabía qué hacer, yo no puedo obligar a nadie a cambiar de decisión, sólo me dediqué a escucharla y a guiarla, cuando terminamos le pedí que hablara con Dios y hace no mucho regresó, traía a su bebé, externó el padre.