La señora Guadalupe Tezoquipa Tlacomulco tiene 83 años de edad. Nos recibió en un domicilio, una modesta casa ubicada sobre un llano al interior de la localidad indígena de San Pedro Tlachichilco en Acaxochitlán, demarcación que en próximos días disfrutará de su fiesta patronal. Aquí, bajo los intensos rayos solares que tocaron el territorio hidalguense recientemente, doña Lupita nos enseñó cómo a pesar de su avanzada edad, continúa creando fino arte con sus arrugadas manos. Ella es probablemente la alfarera de mayor antigüedad en Hidalgo.
Y es que aunque en la entidad siguen existiendo artesanos que en tianguis o poblaciones lejos del entorno urbano mantienen vivo el oficio alfarero, ella se distingue por no usar tornos hechos con madera como se acostumbra. Sus herramientas de trabajo son un bote de metal donde guarda el agua que usa para limpiarse las manos o hidratarlas; un pedazo de triplay, base para colocar el barro y arcilla que modela; y un bote, de esos de pintura, que usa como mástil para su labor.
Entonces, una vez que preparó la arcilla y logra elaborar una especie de jícaras para moldear ya sea un jarrón, un plato, jarro, o cualquier otro, comienza a girar sobre su mesa de trabajo en el sentido de las agujas del reloj. Poco a poco, da forma desde el barro a cualquier instrumento que después tendrá que secarse bajo el sol y luego cocerse en un horno alimentado con leña. Hasta ese momento es cuando puede pensarse en poner a la venta los artilugios, aunque dependerá de si no se rompieron durante la cocción para poder darles un precio. Normalmente, por jarrón o patojo (la pieza tradicional de San Pedro, llamada así por su terminado en forma de cola de pato), se pagan 150 o 250 pesos por pieza, depende el tamaño.
Según platicó, este oficio le fue enseñado por su madre, cuando tenía apenas once o doce años. Aunque hubo una época en que también se dedicó a la maquila de cerda, su "mero mole" es la alfarería. En los últimos años y tras la intervención del gobierno local en afán de preservar este oficio, muchas personas interesadas han ido a tocar su puerta, buscando su enseñanza. Sin embargo, comenta que nunca terminan de aprender y desisten al ver que es un oficio que toma tiempo aprender, hay que ensuciarse las manos y además es en exceso cansado por la posición encorvada en qué se trabaja.
Mientras se tomaba una cerveza (su bebida favorita), nos platicó que sí ha presentado malestares en su cadera y espalda, por evidentes razones. Sin embargo, aún conserva la fuerza para andar libremente por su casa además de irse al campo a juntar el barro. Para tal fin, debe adentrarse en el cerro para encontrar el material adecuado, aunque por su edad es cada vez más complicado ya que es una materia prima muy pesada.
Doña Lupita ha sido ganadora de concursos de artesanías a nivel estatal, aunque también suele elaborar varias piezas para vender en las temporadas feriales tanto en su pueblo como en la cabecera municipal, Acaxochitlán. De su familia, ha enseñado el oficio a su nieta, quien asegura "aún le falta" para alcanzar el grado de calidad que maneja su abuelita.
Y es que no hay mayor diferencia entre sus trabajos en comparación con los que se hacen con torno o en industria. Buenos acabados, material resistente y variedad en diseños. En cada uno de sus jarrones, van implícitas al menos nueve horas de trabajo arduo, uno que Doña Lupita conserva en cada dedo como testimonio de la riqueza artesanal y cultural de Acaxochitlán.