Un eclipse de Sol total, muy parecido al que atestiguaremos este sábado, habría ocurrido hace casi dos mil años, el día en que Jesucristo perdió la vida clavado en una cruz. A este episodio, el cual se cuenta en tres de los cuatro libros evangélicos, también se le conoce como “oscuridad de la crucifixión” o “tiniebla de la crucifixión” y según los textos sagrados, cubrió la tierra durante la crucifixión del Mesías.
“Y era casi la sexta hora, y había oscuridad en toda la tierra hasta la novena hora, el sol se oscurecía; y el velo del templo se rasgó en dos”, narra el Evangelio de Lucas.
A lo largo de los años, se ha concluido, por un lado, que este extraño momento en realidad haya sido la interpretación de un presagio, teoría sostenida por la disciplina conocida como apología cristiana, la cual busca dar una explicación racional de los sucesos religiosos. Sin embargo y dada la época, tal vez este eclipse sí fue real. El historiador griego Flegón de Trales, quien ejerció durante el Siglo II, afirmó en reiteradas ocasiones tras estudios astronómicos, que un eclipse total de Sol cubrió los cielos en el año 29 D.C, aproximadamente; sin embargo, hay otros expertos que descartan dicha posibilidad ya que “un eclipse solar no podía ocurrir durante la Pascua (los eclipses solares solo ocurren en una luna nueva, mientras que la celebración de la Pascua tiene lugar durante la luna llena”.
Desde el punto de vista religioso, se asocia la ocurrencia de eclipses cuando figuras notables principalmente del Antiguo Testamento perdían la vida, por lo que se entiende desde esta perspectiva como una figura retórica para dar la sensación del poder de Jesús ante la muerte, o un forma en que Dios expresa su disgusto con el pueblo judío.
Aunque hay ramas de la Iglesia Católica que no se desapegan de la realidad racional como se pensaría, en muchas ocasiones la explicación a los fenómenos astronómicos tales como las lluvias de estrellas, alineación de los astros y hasta las constelaciones, suelen remitirse a la máxima de “la voluntad de Dios”. Sin embargo, también hay campos de estudio muy específicos al interior de la institución eclesiástica que buscan dar explicación a este tipo de sucesos, como la mencionada apología cristiana. En este caso, recurrimos a la reflexión que brindó el jesuita Guy Consolmagno, doctor en Ciencias Planetarias, astrónomo y director del Observatorio Vaticano, precisamente sobre los eclipses de Sol.
“Dios pudo haber hecho el universo de muchas maneras diferentes. Dios optó por hacer un universo racional, de modo que pudiéramos predecir estos eclipses con una enorme precisión, y al mismo tiempo (…) hay gozo de ver la belleza que viene, que podemos experimentar, ver su hermosura. Nos recuerda la inmensa belleza en el universo que ocurre fuera de nuestro propio pequeño campo de preocupaciones. Nos saca de nosotros mismos y nos hace recordar que somos parte de un universo grande y glorioso y hermoso"
Por otro lado, el jesuita insiste en que aunque hay personas que buscan la manera de que los eclipses tengan explicaciones sobrenaturales, eso sería ir “en contra de la voluntad de Dios”, toda vez que "las estrellas no deben ser adoradas, el eclipse no es algo para ser adorado o temido, y esto es parte de nuestra fe religiosa, es algo para disfrutar, es algo para poder sentarse y apreciar la belleza 'bien hecha por Dios'".