A tres siglos de distancia, el Tulancingo que ahora conocemos, no se puede comparar en nada al crecimiento autosustentable que tenía en el siglo XVIII.
Descrito en el capítulo del Tomo Uno del Teatro Americano, Descripción General de los Reinos, y Provincias de la Nueva España, y sus jurisdicciones, de Antonio Villa-Señor y Sánchez de 1745, da cuenta de la riqueza que tenía la región.
La jurisdicción de Tulancingo y sus pueblos estaba conformada por Atotonilco, Singuilucan, Huasca, Acatlán, Tutotepec, Acaxochitlán y Tenango, como principales por el número de indígenas dentro de su población, quedando dentro de la zona pueblos como Santiago, Santa María, Jaltepec o Santa Ana.
En el texto, el pueblo de Tulanzingo es nombrado como de los mejores de la Nueva España, sede del arzobispado, lugar del Alcalde Mayor y cabecera del convento de San Francisco.
En el pueblo vivían cien familias de españoles, mestizos y mulatos, y 700 de indígenas, además de 10 de lengua mexicana.
Alrededor del pueblo se extendía toda una red de huertas que cultivaban los indígenas, que eran muy productivas de frutas, flores, semillas y hortalizas.
Así como ganado suficiente, tierras de gran fertilidad y abundantes aguas, que hacían al pueblo autosustentable sin necesidad de solicitar nada a otras provincias.
Por el contrario, el enorme tianguis que se ponía en el lugar era visitado por adinerados e indígenas de otras regiones, como el golfo, el altiplano, y la huasteca, para abastecerse de semillas y materia prima.
El Tulancingo de hoy dista mucho de la riqueza que tenía hace menos de tres siglos, ya que la falta de agua en muchas regiones, la sobrepoblación y el desgaste de las zonas forestales ha ido acabando con la riqueza natural de uno de los vales más ricos de la antigua Nueva España.