Don Tirso González, es un tulancinguense de 85 años de edad que inició con el bello oficio de realizar tejas de manera artesanal y rústica desde sus 9 años, cuando comenzó a trabajar para ayudar con los gastos a su papá, quien después se convirtió en su compañero de trabajo en una productora de tejas de un señor proveniente de Tlaquepaque, quien les enseñó todo sobre este oficio.
En entrevista exclusiva para El Sol de Tulancingo, don Tirso, narró con mucha emoción que de este oficio basado en la mezcla correcta de barro y agua, sacó adelante a sus tres hijos, de los cuales le viven dos.
Recordó que luego de trabajar desde los nueve años, fue formado por la “universidad de la vida”, lo que le dio las herramientas necesarias para desde los 14 años comenzar a producir tejas en su casa e iniciar su pequeño negocio, que después de varios años prosperó y le dio la oportunidad de atender las necesidades de su familia.
Explicó con nostalgia y orgullo al caminar dentro de la gaveta de lámina, que, en sus “buenos años” entre los 80 y 90, producían hasta 30 mil piezas de tejas a la semana, ahora, llegan a las 300 y lo hacen sobre pedido para no tener producción almacenada, principalmente porque es un material muy delicado y la demanda bajó demasiado.
“La de aquí es artesanal, competimos contra la industrial que se hace con máquina y sin mano de obra, pero es igual o de mejor calidad que las de las grandes industrias, pues duran más de 30 años”.
Mientras uno de los pocos trabajadores que aún trabajan en este espacio hacia una teja en cuestión de segundos, pues se coloca el barro en pasta en un molde y se le quita el excedente de esta mezcla con las manos y un alambre, el señor Tirso detalló que el material con el que trabaja es muy delicado y se extrae de Paxtepec, comunidad de Santiago Tulantepec, pues con el viento, heladas, frío o exceso de polvo puede tronarse, por lo que trabaja únicamente por temporadas, lo que limita más aún su baja producción.
Luego de hacer las tejas, se deja curar una o dos horas y se desmolda con cuidado para que no se rompa y se deja reposar en gavetas individuales por cuatro horas y, posteriorme se ponen a secar al sol por cinco horas; en este punto del proceso, las tejas están prácticamente listas, únicamente falta meterlas al horno a más de mil grados por otras cinco horas y cristalizarlas, pero estos últimos dos puntos, se hacen únicamente cuando ya está confirmado el pedido.
“Anteriormente prendía el horno con petróleo, luego se acabó y lo prendia con diésel, ahora ocupo aceite requemado y costera, pero solo lo prendo cuando está confirmado el pedido, pues echarlo a andar implica una gran inversión de costera”, explicó con Tirso.
Con mucho orgullo, al caminar entre el patio de tierra donde se pone a secar el barro recién llegado, reconoció que este oficio es un deleite y sagrado para él, pues desde el día uno lo disfrutó y le agarró amor, pero lamenta que pueda terminar la dinastía, “yo lo disfruté y lo sigo disfrutando porque para mi es sagrado, yo creo que la dinastía se termina con mis hijos”, lamentó.
Puntualizó que de un camión de volteo de 10 toneladas de barro, puede sacar hasta cinco o seis mil piezas de tejas, pues trabaja con varios modelos y tamaños, pero la más grande alcanza un peso de dos kilos y medio cada una.