“Las caricias en estos tiempos están limitadas, tan detenidas como mi economía, si yo no las ofrezco no llevo de comer a mi casa, donde dos hijas me esperan”, refiere una mujer con más de dos décadas ejerciendo el oficio más antiguo del mundo y quien pide no publicar su nombre.
Si antes tenía 15 clientes a la semana, ahora en tiempos de coronavirus, añade, hace una semana apenas unos dos y estos últimos días, nada.
“Atiendo a los que ya son mis clientes cotidianos, son mil pesos en una semana o a veces nada, cuando antes eran 7 mil 500 libres. Caricias con riesgos, pero sin besos, en esto, nunca hay besos porque de haberlos te puedes enamorar, eso lo aprendí, y ahora hasta enfermar”
Para esta mujer, el amor no existe, solo es una relación de dinero a cambio de caricias y un poco más allá, sexo por unos 500 pesos la hora, o un poco más, dependiendo lo que incluya.
En los últimos años las cifras de personas dedicadas a ello, ha ido cambiando, de hecho, la de hace apenas un año en la región Tulancingo, era de 326 mujeres.
Añade que la contingencia la ha detenido en sus ingresos, prácticamente la ha reducido significativamente de lo que percibía. Por lo que se truena los dedos para llevar dinero a sus hijas: “Si antes comían carne y lo mejor, hoy estamos a frijoles, y lo poco que haya, porque por ellas trabajo en esto, ellas no lo saben, piensan que soy enfermera, o, tal vez lo intuyan sobre todo la grande”
Empezó a dedicarse al oficio desde hace veinte años, cuando su pareja, en aquel entonces, la incursionó en ello; apenas tenía 16 años de edad. Pasó el tiempo y tuvo a sus hijas, pero sufría violencia por lo que tuvo que distanciarse de quien la golpeaba hasta mandarla al hospital: “Dependía mucho de él. No me daba cuenta que era algo tóxico, que con lo que yo ganaba, él se emborrachaba, me quitaba mi dinero, solo me compraba él la ropa que yo usaba para prostituirme. Rompí con eso que tanto lastimaba, pero soy honesta no sabía hacer otra cosa, así que seguí prostituyéndome, siendo yo mi propia jefa, ya no tenía a quien me manejara”
A sus 36 años de edad, y en tiempos de contingencia, agrega, las cosas cambiaron: “Nunca ahorré, todo lo gastaba con mis hijas, con el pago de la renta de la casa y la comida del día, ahora las cosas son diferentes”
Los clientes le marcan por teléfono, “y en la cita, tengo miedo que me contagie de algo más que de una enfermedad venérea que con tratamiento me la quito, por eso nada de besos, ducha, a veces solo el cliente quiere incluso que se escuche, ni siquiera sexo; si me diera el Covid-19 y lo transmitiera a mis hijas eso no me lo perdonaría”
Por ello ahora, agrega, se reinventó. Encontró un buen lugar para anunciarse. “Ese es, internet, vía whatsapp: por videollamada y ya me depositan”
Originaria de un pueblo lejano a esta tierra, en donde aquí vino a hacer su vida y jamás regresó a ver a su madre, y que supo, tiempo después había muerto preguntando por ella, comenta: “pese a la contingencia, uno debe ganarse la vida y esta es mi forma”