Historias de Tulancingo: Nachito ha sido bolero por más de 30 años en La Floresta

A sus 66 años señala que de este empleo sacó adelante a su familia y actualmente lo disfruta como desde el primer día

Octavio Jaimes / El Sol de Tulancingo

  · domingo 17 de marzo de 2024

Con una sonrisa en el rostro, Nachito platica y ríe con todo aquel que se detenga a saludarlo. | Octavio Jaimes / El Sol de Tulancingo

Todos los días, a excepción de cuando siente el ánimo de descansar, se instala en pleno Jardín La Floresta para ofrecer como desde hace 33 años, servicios de limpieza de calzado, así como de alguna talacha, cambio de color a bolsas, entre otros trabajos especiales. El señor Ignacio Hernández, originario de Tulancingo, tiene 63 años de edad y por ende casi la mitad de su vida se ha dedicado a ser bolero en el corazón de nuestra ciudad.

De hecho, es uno de los cuatro con mayor antigüedad. Le acompaña, además de sus insumos de trabajo, su silla de ruedas, porque vive con discapacidad desde que era un bebé de nueve meses. Antes de ser bolero, trabajó en una conocida tienda deportiva en esta ciudad, también fue vendedor de libros y hasta de seguros de vida. En su carrera académica llegó hasta segundo semestre de la licenciatura en Administración de Empresas, hazaña que abandonó por cuestiones económicas.

“Don Nachito” o “Nacho”, como lo conocen muchos de los transeúntes, argumenta que pese a las casi tres décadas y media que lleva en este “jale”, lo sigue ejerciendo con la misma pasión y gusto que desde el primer día. Y como no, si gracias a este oficio pudo sacar adelante la educación de sus cuatro hijos y sostener su matrimonio, alianza que forjó con su esposa hace 33 años.

Dicho gusto se evidencia al verlo trabajar: siempre sonríe, saluda a todos los que pasan y hasta se da el tiempo de aventar algún chascarrillo con la gente que se detiene a platicar con él.

“Se siente bonito porque conoces mucha gente, rica, pobre, de todo. Es bonito porque todo el mundo me saluda. Aquí en el jardín pasa todo, me entero de todo. Es un trabajo socorrido, no te mueres de hambre, aunque sea poquito pero sí sale”, expresa.

Él cuenta desde su experiencia que a partir de la pandemia hubo una reducción de demanda en este oficio de aproximadamente 40 por ciento; además, en la actualidad, muchas personas ya dejaron a un lado el uso de zapatos para su día a día, lo de hoy son los tenis, asegura. Cada semana, paga 250 pesos por el permiso para trabajar en el jardín, monto que para él todavía no es complicado reunir.

“Vengo todos los días, ya cuando me agarra la flojera pues descanso. El mejor día es el domingo, pues vienen familias completas a darle bola a sus zapatos”, cuenta emocionado.

Por ahora no tiene planes para retirarse, pues asegura que “estaré aquí hasta que Dios me de licencia. Yo vivo feliz aquí en el jardín, aquí es pura felicidad. Solo quiero pedirle a mis clientes que no dejen de venir, que me sigan apoyando y me sigan echando la mano”, concluye.