Todos los tulancinguenses indudablemente han pasado por ahí. El cruce de las calles Primero de Mayo y Cuauhtémoc es probablemente uno de los puntos mayormente transitados por peatones en todo el municipio, pues es Cuauhtémoc una de las calles que conecta con el primer cuadro del centro de la ciudad y que además lleva a una de las escuelas con mayor historia de la región: la secundaria José María Lezama.
Aquí, en la intersección de dichas vialidades, se alza un edificio que a leguas expresa su antigüedad y que hoy en día se enarbola con un llamativo color mostaza.
La historia de la Casa de los Emperadores
Construida en el siglo XIX y entonces propiedad del señor Agustín Paredes (y que después pasó a ser de la reconocida familia Desentis, unas de las más antiguas de Tulancingo y que fueron cruciales para el desarrollo textil en el siglo XX), la ahora llamada Casa de los Emperadores agradó desde el primer momento a Agustín de Iturbide, emperador de México y quien tras la entrada del Ejército Trigarante a la capital del país, consumó la independencia de nuestra República en 1821.
En 1823 Agustín de Iturbide se hospedó en Tulancingo
Fue dos años después de tal hazaña, que el ya Emperador de México se dio cita en la antigua Tulancingo.
Aunque no hay mayores detalles documentales sobre su visita, se sabe que Iturbide guardaba una relación especial con las cabezas religiosas de este asentamiento, a tal grado que donó uno de los candelabros que hasta el día de hoy caen del techo de la Catedral Metropolitana en su bóveda principal, en afán de que le fueran perdonados ciertos amoríos.
En ese sentido, se conoce que Agustín se hospedó en reiteradas ocasiones en la casona, pues en esa época los hospicios u hoteles disponibles no cumplían con lo necesario para alojar a un gobernante de tal alcurnia.
El paso de Maximiliano de Habsburgo por Tulancingo
Pasaron poco más de 40 años para que un nuevo emperador, de nombre Maximiliano de Habsburgo, llegara a Tulancingo en plena época de la Reforma y en el apogeo de su disputa por el poder que sostenía en contra del presidente Benito Juárez.
El hijo austriaco arribó a Tulancingo en 1865, como parte de una gira de trabajo por distintos departamentos a lo largo del centro del país. Así lo contó la publicación Horizontes en 1967:
"El 30 de agosto de 1865, Maximiliano llegó de visita a Tulancingo y se le hizo una excelente recepción. Fue alojado en la misma habitación, en la que en 1823 estuvo Iturbide, en esta época la casa era propiedad de Don Agustín Paredes hermano del general del mismo apellido (hoy propiedad de Don Agustín Disentis), para darle la bienvenida, el gremio de los artesanos estuvo representado por Don Miguel Guzmán, platero, Don David Castillo carpintero y Don Refugio Martínez, comerciante en pequeño. Maximiliano les regaló un anillo con su monograma para que lo fueran usando durante el tiempo de su encargo, el presidente del gremio de artesanos.
El filarmónico Don José María Flores le dedicó una composición, por lo que le obsequió un reloj con las armas imperiales. En esta época era el prefecto de Tulancingo Don Agustín Rocoy y el presidente del Ayuntamiento Don Antonio Moreno y Ordóñez. Maximiliano regresó el 2 de septiembre"
Iturbide y Maximiliano, encantados con la hospitalidad tulancinguense
Y es que curiosamente y tal cual sucedió con Iturbide, Maximiliano parece haber quedado encantado con la hospitalidad tulancinguense y la belleza de sus paisajes, así como la calidez de la gente indígena, un factor que le dio fama al esposo de Carlota pues a diferencia incluso de Benito Juárez, le gustaba mantener cercanía con la gente de los pueblos originarios.
Según el texto "Maximiliano Íntimo", escrito por José Luis Blasio, el regente vivió así su visita en la ciudad detrás del tule:
“A las 6 de la mañana del treinta y acompañados por una gran comitiva que nos dejó muy lejos de la ciudad, emprendimos nuestra caminata para Tulancingo, donde llegamos a las cuatro de la tarde. Esta ciudad, que tiene un aspecto muy distinto al de Pachuca, agradó mucho a Maximiliano; excuso decir que allí, lo mismo que por doquiera, el Emperador fue recibido con grandes demostraciones de entusiasmo y simpatía. Hizo los honores de la ciudad, el Sr. Obispo además de las autoridades; y como de costumbre se nos sirvió una comida magnífica, con la originalidad de que cada una de las principales familias del lugar ofreció un platillo a la vez que enviaron artísticas cestas conteniendo legumbres y frutas, pues Tulancingo es una localidad eminentemente agrícola, contrastando así con Pachuca su vecina donde no hay más industria que las minas"
Cuenta la leyenda que por la molestia de Benito Juárez, Tulancingo no se convirtió en la capital de Hidalgo
Por desgracia, las visitas de Maximiliano a Tulancingo así como su cercanía con el obispo de aquella época, despertaron la molestia de Benito Juárez, por lo que de acuerdo con algunas hipótesis, fueron tales razones las que evitaron que esta ciudad se convirtiera en capital del estado pese a que era la que mejor posición económica tenía, mejor infraestructura y aunado a ello, ya había sido nombrada como cabeza de distrito por el mismo Maximiliano.
Tras la caída del Imperio, el Benemérito de las Américas quien por cierto ya había sucumbido en el pasado al encanto tulancinguense, consideró tales acciones suficientes para calificar al pueblo como "conservador".
La Casa de los Emperadores sigue imponente
Tras dicho velo político se sostiene hasta el día de hoy la Casa de los Emperadores, que actualmente se convierte paulatinamente en un pequeño recinto comercial que alberga restaurantes, tiendas de accesorios y ahora un Liverpool. Los cientos de cables aéreos le restan belleza visual a su particular arquitectura post colonial, por lo que resulta prácticamente imposible fotografiar cualquiera de sus diez ventanales
Una leyenda
Según leyendas en los ventanales se aparece una dama en espera de su amado; otros cuentan que al interior, quien se aparece es el mismísimo Agustín de Iturbide, fantasma que recorre eternamente la que fue su habitación en el lejano siglo XIX.