La iglesia de la Merced es probablemente otro de los íconos religiosos de Tulancingo por su ubicación, fachada neoclásica, su falta de campanarios y sobre todo, porque quedó inconclusa desde 1922.
De acuerdo con Felipe Carrillo Montiel, director de la Jefatura de Museos de Tulancingo, en 1892 la capilla de la Merced se comenzó a construir gracias al presbítero José Antonio María Agüero, que nació en 1849 y toda su vida la dedicó a la religión católica pues fue sacerdote de la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles.
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María Agüero comenzó a juntar dinero con los tulancinguenses para financiar la construcción del nuevo centro religioso de la Ciudad de los Satélites, siendo esta la tercera iglesia en el municipio, pues ya estaban Nuestra Señora de los Ángeles y la Catedral Metropolitana.
Fernando Gayol y Soto fue el tulancinguense que donó el terreno para que la construcción de La Merced fuera una realidad. El linaje de los Gayol y Soto tiene sus orígenes en Tulancingo, siendo el más destacado el señor Roberto Gayol y Soto ya que fue el ingeniero encargado del sistema de ingeniería del Ángel de la Independencia de la Ciudad de México y creó un moderno sistema de drenaje pues fue él quien descubrió que la ciudad capitalina se estaba hundiendo.
Una vez conseguido el terreno, explicó Carrillo, el sacerdote María Agüero pedía ayuda para la construcción a quien sea que estuviera dispuesto a aportar su esfuerzo por lo que en 1892 comenzó la primera construcción de La Merced. Sin embargo, como no se trataba de gente experta en construcción, esto provocó que la primera capilla se viniera abajo.
Tiempo después se reanudaron las labores de construcción que resultaron en la capilla que conocemos hoy en día, ubicada sobre la avenida Benito Juárez.
La adoración a la Virgen de la Merced llegó desde España a través de la Orden de la Merced que data de 1218. Según narra la historia fue en esta nación en que se apareció ante tres ilustres personajes: San Pedro Nolasco, quien fundó después la Orden de la Merced; al rey y conquistador Jaime I de Aragón; y al fraile dominico San Raimundo de Peñafort.
Según se cuenta, la Virgen se les apareció a los tres en momentos separados y después sus testimonios coincidieron en la Catedral de Barcelona, donde acordaron fundar una iglesia dedicada a la misericordiosa que acoge a los cautivos y a su redención.
Años después, la influencia de esta Orden se dejó ver en Tulancingo con la construcción de esta capilla, que celebra a la también llamada Señora de las Mercedes cada 24 de septiembre.
La capilla de una sola nave, construida de mampostería con techumbre de bóveda catalana de ladrillo, recibe luz por ocho ventanas colocadas sobre la cornisa que corre en la parte superior de la nave.
La fachada, el principal atractivo de la capilla, tiene una puerta de madera enmarcada por dos torres inconclusas, que llegan solamente hasta el primer cuerpo y de cada lado dos columnas jónicas.
Siguiendo la visión de esta estructura, el segundo piso no está terminado aunque en teoría contaba con los espacios para los campanarios. La única ventana que tiene, con vista sobre la avenida Juárez, está tapada.
Otro de los aspectos más visibles de su fachada es el escudo que ostenta sobre la puerta de entrada que recuerda al de Club Barcelona, ciudad española de donde proviene la Orden de la Merced también llamada Orden de los Mercenarios.
Con los colores blanco, rojo, amarillo, una cruz de estilo medieval y una corona, muy al estilo español, este escudo simboliza la presencia de la Orden de la Merced, donde sea que se encuentre.
El color blanco simboliza la pureza e inocencia, colocado sobre el color rojo que representa la sangre y la determinación de la iglesia por apoyar la redención. Las barras representan amor y caridad, mientras que el color amarillo es símbolo de la benignidad y nobleza.
Como dato curioso, se trata del escudo de la corona de Aragón, del rey Jaime I “El Conquistador”, quien fuera entusiasta colaborador de la orden de la merced luego de la visión que tuvo sobre la Virgen pidiéndole que fundara una comunidad cristiana dedicada a liberar a los cristianos de los musulmanes y regaló su escudo como apoyo a la Orden.
El que haya quedado inconcluso se debe al fallecimiento del sacerdote José Antonio María Agüero el 7 de noviembre de 1922. Curiosamente, se dice que no se sabe dónde quedó el cuerpo del padre ya que los feligreses querían que su sepultura quedara en la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, sin embargo, el presidente municipal de aquel entonces se negaba a esto e insistía en que el religioso fuera sepultado en el panteón San Miguel, esto según lo relatado por Felipe Carrillo.
Esta discrepancia desencadenó una pelea entre la policía municipal y los feligreses, resultando varios heridos de ambos bandos. Sin embargo, cuenta la historia que al ver el féretro del sacerdote, éste se encontraba lleno de piedras, quedando en la incógnita el paradero del cuerpo de José Antonio María Agüero.