Los lectores de mayor edad seguramente la recordarán: era una señora que portaba un atuendo que, según se dice, años atrás era de un ostentoso mirar pero que fue perdiendo brillo con los años; además de un fiero carácter, se caracterizaba por llevar siempre o casi siempre, un trapo o franela en la cabeza que se acomodaba para lucirla como si de un turbante tratara. De ahí que su apodo fuera la Kalimana, referencia por supuesto a una de las historietas mexicanas más conocidas de finales del siglo XX: Kaliman.
Su nombre de pila era Reyna, y según cuenta la cronista municipal de Tulancingo, Lorenia Lira, se cree que llegó a esta ciudad proveniente de un lugar desconocido. No tenía casa, pero tulancinguenses recuerdan que vivía en la calle Primero de Mayo casi esquina con 21 de Marzo y también en las cercanías de la Iglesia de los Angelitos, pues deambulaba por las calles del centro de Tulancingo mientras de su boca salían aros de humo del cigarrillo que siempre le acompañaba.
“Vivía de recibir limosna, más no pedía. Es un personaje emblemático de Tulancingo, tenía mucha fuerza de carácter, al parecer padecía de sus facultades mentales. Varios tulancinguenses la recuerdan como una señora, siempre envuelta en rebozos y telas por todo el cuerpo juntando leña, papeles, cartones y los llevaba a un rincón sin techo donde dormía. Y al pasar los niños le gritaban a lo lejos: “Kalimana” y salía corriendo, hecha una furia tras ellos y a correr, porque si te alcanzaba te golpeaba”, cuenta Lira.
Y es que es verdad, la gran mayoría de quienes la recuerdan coinciden en que su personalidad era agresiva, poco tolerante a la convivencia y al constante acoso por parte de la sociedad, que no perdían oportunidad para gritarle “Kalimana” cada que la veían. Por otro lado, existen testimonios de ciudadanos que argumentan que si la saludabas cordialmente, solía responderte de forma educada y que a veces también cocinaba fuera de su cubil. Dicen que estos guisos que preparaba siempre guardaron un rico aroma.
“Ella misma llegó a contar que vestía de rojo porque alguien le había hecho brujería y así se protegía. Quizá gracias a esa peculiar tela en su cabeza, le pusieron el sobrenombre de la Kalimana (...) otra particularidad de su persona era su inseparable cigarro y su palo para defenderse. En ocasiones, la policía municipal intentó "desalojarla", pero nunca pudo...también por eso le apodaron la Kalimana precisamente por su manera de defenderse, pero, como sucede siempre en las leyendas, la verdad va mezclándose con la ficción”, abunda la cronista.
Aunque no se sabe si existe alguna fotografía de ella, el artista tulancinguense, César Blancas, logró plasmar en un retrato hecho a lápiz su rostro, un dibujo en donde destaca su turbante y una expresión que comprueba lo dicho por tulancinguenses, de que siempre estaba enojada. También se le recuerda por vender ocasionalmente frutos por las calles del centro, o por meterse entre los contingentes para desfilar junto a estudiantes o trabajadores cuando era Día de la Independencia o de la Revolución Mexicana.