TLAHUELILPAN.- Manuela Rufino Hernández recuerda con profundo dolor. El 18 de enero del año pasado llegaba a su casa por la tarde-noche, cuando sus familiares salieron a recibirla y le abrazaron. Luego le darían la peor noticia de su vida: uno de sus hijos resultó lesionado en la explosión del ducto de Petróleos Mexicanos, ocurrida en el alfalfar, en los límites de su colonia, San Primitivo y Tlaxcoapan.
Como le dijeron que lo habían trasladado a Tula, ella pedía ir con él, pero sus otros hijos no la dejaron. Le informaron que fue vía aérea a Lomas Verdes; que irían a conseguir dinero para alcanzarlo y sugirieron esperara noticias para ver si era posible que ella lo viera. Eso no sería posible ya.
Al quinto dia, la mañana del 22 de enero, el joven murió.
Funcionarios gubernamentales, recuerda, le sugirieron que fuera sepultado esa misma noche, pero ella se negó porque quería tenerlo al menos una noche más en casa. Le pidieron entonces que no abriera la caja, que estaba sellada. No fue así. Uno de sus hijos más pequeños lo abrió. A ella no le permitieron verlo, tratando de evitarle mayor pena.
El relato lo hace doña Manuela, instalada junto a un pequeño altar que erigió para honrar la memoria de su hijo, donde hay una fotografía de él. Recordó que trabajaba en el campo lavando cilantro en unos manantiales y desde hacía seis meses como repartidor de mobiliario para eventos, empleado por un familiar de la casa vecina, el esposo de una prima.
El día de la tragedia, rememora, cuando llegó del trabajo se lo encontró, pues ella buscaba a su esposo para comentarle del rumor que traían los vecinos de que estaban regalando gasolina.
A las 18:00 horas vio que su hijo se subió a la camioneta, por lo que le preguntó que a dónde iba y este le respondió que iría a ver si era cierto que estaban dando gasolina y podían traer un poco de gasolina para la camioneta de su prima. doña Manuela le pidió que no fuera porque era peligroso y que a lo mejor era una trampa de los soldados.
“Me dijo: ‘no mami, ahorita vengo’, para jamás volverlo a ver” comparte afligida.
Asegura Manuela Rufino que cuando su hijo iba en la ambulancia, iba dando sus datos, lo que permitió su pronta identificación.
A un año, la ausencia pesa cada día más y su desazón crece porque dos niños quedaron en la orfandad, uno de ellos, un entenado que lo quería mucho.