El don de ser artesana lo trae en la sangre. El entorno donde vive, la localidad de Santa Ana Tzacuala en Acaxochitlán, le ha dado a María Lucrecia Hernández Atenco, mucha imaginación para bordar prendas, que porta con orgullo y que, además, comercializa.
Acreedora al primer lugar en el Séptimo Concurso Nacional de Textiles y Rebozo 2019. Y en ese año, viajó al Vaticano y representó la tradición de los bordados hidalguenses junto con otros artesanos. Ella expuso un atuendo indígena con técnica de “pepenado”.
Recuerda que fue parte de quienes confeccionaron piezas para un Nacimiento en el que ocuparon elementos y materiales, y diversas técnicas, mostradas en uno de los Museos de la Santa Sede. Allá, dice, tuvo la oportunidad de saludar al Papa Francisco.
Lucrecia, usa el telar de cintura para hacer quechquémitl, rebozos, faldas, y fajillas. Borda flores, animales, y otras figuras usando una gran variedad de colores en sus mantas.
Encumbró a su municipio y a ella misma, reconoce con humildad que en su tierra hay grandes talentos.
Ella nunca imaginó obtener un reconocimiento de esta talla y dice que no se detendrá; seguirá buscando ganar concursos con lo que sus manos hacen.
Humilde en trato y con una gran sonrisa, menciona emocionada, ser una de las muchas representantes de las artesanías hidalguenses mientras muestra su prenda de algodón con la que ganó, y que no venderá. Ahí la tiene como recuerdo de que ella es grande y que seguirá trabajando por sus sueños.
Entre sus puntos de enredos, su telar de cintura y su pedal, Lucrecia es feliz con lo que hace. Narra que comenzó desde pequeña a bordar. Le enseñó una prima. Tenía que ayudar a las labores del hogar al igual que sus hermanos por lo que no aprendió a leer ni a escribir.
Comenta en medio del humo de la leña, en su cocina, donde tiene una mesa de madera, cazuelas y cacerolas colgando del techo, que le ha ido bien a partir de esa fecha, pues mucha gente la conoce y llega hasta su casa a comprar sus prendas y también a comer, ya que, además, su sazón la distingue cuando prepara un pipián o mole rojo, o unas truchas con mayonesa con sus especias.
Su mamá, de más de 90 años de edad, se levanta de un camastro donde dice que siente rico pues le da el calorcito del fuego, el que prendieron para calentar el pollo y hacer el pipián.
“Yo seguiré siendo humilde, porque si no lo fuera perdería mi esencia”
La aportación cultural que brinda Lucrecia, la ubica en un lugar importante en el país con el premio nacional obtenido y con su viaje al Vaticano, siendo la única vecina de Acaxochitlán, hasta la fecha, con esos dos logros.