/ sábado 15 de julio de 2023

Mini Tlacoyo: 38 años de deleite tulancinguense

Ubicado sobre la calle Cuauhtémoc en el centro de Tulancingo, aquí se ofrecen sopes, quesadillas, tlacoyos y guajolotes, todos preparados de forma artesanal y cubiertos con una exquisita salsa verde en crudo. 

Miles de tulancinguenses han venido a comer a este tan característico restaurante: basta con recordar las filas largas que se hacen todos los días sobre la calle Cuauhtémoc, entre el famoso edificio Hidalgo y un estacionamiento público. Frente a donde antes se alzaban gloriosas las maquinitas Drácula (que seguramente muchos recordarán), aguardan coquetos los antojitos mexicanos que preparan varias manos hidalguenses en el Mini Tlacoyo.

Iniciado hace 38 años por la matriarca de la familia, recibe su emblemático nombre como producto de su historia: doña Rosa Arenalde Ávila, originaria de Santiago Tulantepec, llegó a nuestra ciudad para vender sus deliciosos tlacoyos en un pequeño espacio no superior a lo que ocupaba su comal. Con los años y gracias a la popularidad que adquirieron por su indiscutible buen sabor, se extendieron a un estanquillo y luego al local donde actualmente sirven de comer.

Pero no se dejen llevar por el "mini" en su nombre, pues las porciones que aquí sirven nada tienen de pequeñas. Basta solo con entrar para ser recibido a la distancia por un gran comal. No importa la hora del día, siempre está repleto con quesadillas de chicharrón, o de sesos, o de pollo enchilado o hasta de barbacoa, si es jueves o domingo. Rebosante de manteca (porque sí, aquí las delicias se dan un baño sobre el fino y burbujeante aceite de cerdo, ese que da un sabor particular), dos mujeres se encargan de dar vida a esa tortilla o gordita para convertirla ya sea en una queca o en un sope.

Y es que la concepción arranca desde que llega la masa, hecha con maíz que se cultiva en el Valle de Tulancingo, para que manos a la obra se preparen decenas de kilos diarios completamente a mano, de forma artesanal; aquí no verás jamás llegar motocicletas con hieleras repletas de tortillas o sopes prefabricados. Aquí todo se cocina al momento. Luego saltan al comal que te adelantamos, donde recibirán una generosa embarrada de frijoles negros, una cucharada escurriendo de salsa cruda verde (el sello de la casa) y por supuesto, un queso blanco que ha después de gratinarse sobre el calor del fuego. Festín visual en todo sentido, más cuando esa remarcada capa de queso agarra el característico tono cobre de la costra, concepto que se ha hecho popular recientemente principalmente en taquerías, pero que aquí siempre ha dado personalidad a sus sopes.

"Lo que más caracteriza a nuestros antojitos es la calidad de los productos, segundo que son diferentes. Aquí no se remojan los tlacoyos, los abrimos del centro y les ponemos nuestra salsita cruda y nuestro famoso queso", cuenta Diana Sánchez Aguilar, hija de la tercera generación que despacha aquí y quien además mencionó que diariamente los visitan al menos 300 personas. A propósito de su particular estilo en la preparación de tlacoyos o sopes, también aportan al icónico platillo municipal, la bandera detrás del tule: el guajolote.

A diferencia de la gran mayoría de lugares a la redonda donde se ofrece, en Mini Tlacoyo le colocan una sola tortilla, por supuesto de gran tamaño y recién hecha; además de que va con salsa cruda y sus famosos guisos: "son un tanto diferentes, los ingredientes son los que nosotros preparamos". Con estos, el menú se compone únicamente de cuatro alternativas, suficientes para complacer hasta el más exigente de los estómagos y paladares.

En precios son bastante justos para encontrarse en el centro y al considerar toda la historia que conlleva en un bocado: sopes, quesadillas y tlacoyos cuestan 19 pesos, si a los sopes les incluyes un guiso sube a 23; mientras que los guajolotes oscilan los 30 y 35 pesos. Ideal para ir con familia, seguro miles de recuerdos de la infancia llegarán a través de tu nariz cuando la mesera ponga sobre tu mesa la charola con todas las piezas que ordenaste, pues toca a cada quien, así como en casa, repartir lo que cada uno pidió. Un sentimiento familiar que respira amor doméstico por todos lados, desde el comal, pasando por los ventanales que dan vista a la calle y hasta llegar a las puertas acristaladas con acero negro que reciben a lugareños, turistas y hasta a músicos por igual.


Miles de tulancinguenses han venido a comer a este tan característico restaurante: basta con recordar las filas largas que se hacen todos los días sobre la calle Cuauhtémoc, entre el famoso edificio Hidalgo y un estacionamiento público. Frente a donde antes se alzaban gloriosas las maquinitas Drácula (que seguramente muchos recordarán), aguardan coquetos los antojitos mexicanos que preparan varias manos hidalguenses en el Mini Tlacoyo.

Iniciado hace 38 años por la matriarca de la familia, recibe su emblemático nombre como producto de su historia: doña Rosa Arenalde Ávila, originaria de Santiago Tulantepec, llegó a nuestra ciudad para vender sus deliciosos tlacoyos en un pequeño espacio no superior a lo que ocupaba su comal. Con los años y gracias a la popularidad que adquirieron por su indiscutible buen sabor, se extendieron a un estanquillo y luego al local donde actualmente sirven de comer.

Pero no se dejen llevar por el "mini" en su nombre, pues las porciones que aquí sirven nada tienen de pequeñas. Basta solo con entrar para ser recibido a la distancia por un gran comal. No importa la hora del día, siempre está repleto con quesadillas de chicharrón, o de sesos, o de pollo enchilado o hasta de barbacoa, si es jueves o domingo. Rebosante de manteca (porque sí, aquí las delicias se dan un baño sobre el fino y burbujeante aceite de cerdo, ese que da un sabor particular), dos mujeres se encargan de dar vida a esa tortilla o gordita para convertirla ya sea en una queca o en un sope.

Y es que la concepción arranca desde que llega la masa, hecha con maíz que se cultiva en el Valle de Tulancingo, para que manos a la obra se preparen decenas de kilos diarios completamente a mano, de forma artesanal; aquí no verás jamás llegar motocicletas con hieleras repletas de tortillas o sopes prefabricados. Aquí todo se cocina al momento. Luego saltan al comal que te adelantamos, donde recibirán una generosa embarrada de frijoles negros, una cucharada escurriendo de salsa cruda verde (el sello de la casa) y por supuesto, un queso blanco que ha después de gratinarse sobre el calor del fuego. Festín visual en todo sentido, más cuando esa remarcada capa de queso agarra el característico tono cobre de la costra, concepto que se ha hecho popular recientemente principalmente en taquerías, pero que aquí siempre ha dado personalidad a sus sopes.

"Lo que más caracteriza a nuestros antojitos es la calidad de los productos, segundo que son diferentes. Aquí no se remojan los tlacoyos, los abrimos del centro y les ponemos nuestra salsita cruda y nuestro famoso queso", cuenta Diana Sánchez Aguilar, hija de la tercera generación que despacha aquí y quien además mencionó que diariamente los visitan al menos 300 personas. A propósito de su particular estilo en la preparación de tlacoyos o sopes, también aportan al icónico platillo municipal, la bandera detrás del tule: el guajolote.

A diferencia de la gran mayoría de lugares a la redonda donde se ofrece, en Mini Tlacoyo le colocan una sola tortilla, por supuesto de gran tamaño y recién hecha; además de que va con salsa cruda y sus famosos guisos: "son un tanto diferentes, los ingredientes son los que nosotros preparamos". Con estos, el menú se compone únicamente de cuatro alternativas, suficientes para complacer hasta el más exigente de los estómagos y paladares.

En precios son bastante justos para encontrarse en el centro y al considerar toda la historia que conlleva en un bocado: sopes, quesadillas y tlacoyos cuestan 19 pesos, si a los sopes les incluyes un guiso sube a 23; mientras que los guajolotes oscilan los 30 y 35 pesos. Ideal para ir con familia, seguro miles de recuerdos de la infancia llegarán a través de tu nariz cuando la mesera ponga sobre tu mesa la charola con todas las piezas que ordenaste, pues toca a cada quien, así como en casa, repartir lo que cada uno pidió. Un sentimiento familiar que respira amor doméstico por todos lados, desde el comal, pasando por los ventanales que dan vista a la calle y hasta llegar a las puertas acristaladas con acero negro que reciben a lugareños, turistas y hasta a músicos por igual.


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