/ lunes 29 de julio de 2024

"Nos seguiremos viendo": el retiro de monseñor Domingo Díaz. ENTREVISTA

A días de su que llegue su relevo, el Arzobispo de la Arquidiócesis de Tulancingo expresó sus pensamientos en torno a su misión, una que duró 16 años

Con su particular sonsonete y su contagiosa sonrisa, monseñor Domingo Díaz Martínez, arzobispo de Tulancingo, habla de su muy próximo retiro con particular alegría. No es que le haga feliz dejar el cargo que orgullosamente sostuvo durante 16 años en una de las Arquidiócesis más grandes del país, sino que está satisfecho porque sabe que cumplió al “rebaño” que Dios le encargó; y por supuesto, también al Creador, al Buen Pastor, principal móvil de su carrera eclesiástica.

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Como él dice, “cumplí con mi tarea”.

“Me voy contento porque hemos crecido, hice mi tarea. Mi tarea era impulsar la oración, promover la evangelización y organizar la evangelización, que se viva más la caridad (...) creció el Seminario, la catequesis, no solamente yo, porque el Obispo nunca trabaja solo. Yo me retiro pero sé que todos los párrocos saben hacerlo, claro que va a haber continuidad”,

Y es que aunque falta un mes para convertirse oficialmente en Monseñor Emérito, Domingo asegura que esto no es una despedida, tampoco un “hasta luego”. En sus palabras, es un “nos seguiremos viendo”, porque hasta eso: es originario de Querétaro, pero le gustó tanto la ciudad de Tulancingo que aquí se dispone a pasar el resto de los días que Dios le permita. Incluso, si le es requerido, oficiará misas o celebraciones.

“Me sentí muy bien con la gente de Tulancingo, lo bonito es su gente”


Bajo la premisa de “el amor todo lo puede”, uno de sus ideales personales, Monseñor Domingo asegura que haber estado al frente de una Arquidiócesis como la de Tulancingo, con casi dos millones de fieles distribuidos en 105 parroquias de tres estados, fue como haber corrido un maratón. Sabedor de que llegó a su meta, se siente satisfecho por terminar, “y aunque sé que no llegó de primero o de segundo, sí estoy entre los premiados”, dice con júbilo.

En retrospectiva, concibe increíble todo lo que le tocó atravesar, más al recordar que nunca se imaginó que su carrera en la estructura católica lo llevaría hasta el arzobispado. En su mente juvenil, únicamente tenía el plan de ser sacerdote, cuenta con nostalgia en su mirada; incluso, asegura que por su aspecto físico, vestimenta y compromiso para evangelizar en barrios, cárceles y pueblos, nadie se esperó nunca que lo nombraran obispo.

Un específico pensamiento lo llevó a aceptar la encomienda: “si yo le pedí a Dios que me permitiera ser sacerdote, ahora que él me invita a que sea obispo, ¿Por qué le voy a decir que no?”. Este mandato lo trajo años después a Tulancingo para relevar a Monseñor Pedro Aranda Díaz (q.e.p.d), primer Arzobispo de la Arquidiócesis, clérigo que además le legó una colección de música clásica en la que desfilan nombres como Beethoven, Vivaldi, Bach y Mozart, acervo artístico que disfrutará desde el día uno de su nuevo estilo de vida.

La música será parte importante de este episodio: volver a tocar la guitarra, retomar los ritmos sabrosos del acordeón y con toda paciencia, aprender a tocar el piano. Además de meditar, reflexionar, escribir, pero sobre todo, descansar.

Sin embargo, antes de su retiro, derecho estipulado en los cánones eclesiásticos al alcanzar los 75 años de edad, tiene una última misión ante la feligresía tulancinguense: encabezar el festejo para la patrona de la Arquidiócesis, Nuestra Señora de los Ángeles, el próximo dos de agosto. De manera simbólica, este será el último compromiso de gran magnitud que corra a su cargo, porque en la última semana de agosto, específicamente el día 28, entregará la titularidad a Monseñor Oscar Roberto Domínguez Couttolenc, proveniente de la Diócesis de Ecatepec.

Al otro día, el 29 de agosto, celebrarán la misa de inicio de ministerio en el Seminario Mayor de Tulancingo, ante los 156 sacerdotes que componen la Arquidiócesis, estudiantes seminaristas y fieles católicos en general. Al menos habrá seis mil almas reunidas en la sede educativa para dar la bienvenida al nuevo pastor. Sin embargo, probablemente el día más emotivo no solo para él, sino para sus hermanos sacerdotes y también para el pueblo de Tulancingo, sea el miércoles 28.

En esa fecha, cruzará por última vez los altos portones de madera de la Catedral Metropolitana de Tulancingo como el segundo Arzobispo en la historia de esta ciudad, aquel llegado desde Tuxpan en 2008. Mirará por última vez como Arzobispo a su rebaño, aquel que lo llevó a recorrer las delgadas calles de los barrios altos tulancinguenses, los espesos y nublados bosques de Acaxochitlán, las húmedas tierras en la Sierra Poblana, los calurosos caminos veracruzanos.

El pueblo, por su parte, dará retiro a un Arzobispo cercano a su gente, siempre risueño, abierto y dispuesto para compartir la mesa, el vino, un pan, una charla. Cumplida la misión de ese día, dormirá, quizá por última vez, en el edificio colonial que aloja la Casa Arzobispal, ese domicilio azul ubicado en la Avenida Juárez en el centro de la ciudad, donde hace 16 años, le recibieron entre libaciones, bendiciones, porras y globos blancos.

“No voy a promover ninguna despedida, ahorita vamos a preparar la fiesta de la llegada del nuevo obispo. Recibanlo, porque él viene con muy buena voluntad. Conozcanlo, trabajen con él, porque el trabajo en la Iglesia lo hacemos entre todos. Dentro de tres años voy a cumplir 25 años de obispo y 50 de sacerdote, espérense, ese día me hacen la despedida, pero de momento, nos seguiremos viendo”, expresó para cerrar la entrevista, como siempre, con su particular sonsonete y su contagiosa sonrisa.


Con su particular sonsonete y su contagiosa sonrisa, monseñor Domingo Díaz Martínez, arzobispo de Tulancingo, habla de su muy próximo retiro con particular alegría. No es que le haga feliz dejar el cargo que orgullosamente sostuvo durante 16 años en una de las Arquidiócesis más grandes del país, sino que está satisfecho porque sabe que cumplió al “rebaño” que Dios le encargó; y por supuesto, también al Creador, al Buen Pastor, principal móvil de su carrera eclesiástica.

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Como él dice, “cumplí con mi tarea”.

“Me voy contento porque hemos crecido, hice mi tarea. Mi tarea era impulsar la oración, promover la evangelización y organizar la evangelización, que se viva más la caridad (...) creció el Seminario, la catequesis, no solamente yo, porque el Obispo nunca trabaja solo. Yo me retiro pero sé que todos los párrocos saben hacerlo, claro que va a haber continuidad”,

Y es que aunque falta un mes para convertirse oficialmente en Monseñor Emérito, Domingo asegura que esto no es una despedida, tampoco un “hasta luego”. En sus palabras, es un “nos seguiremos viendo”, porque hasta eso: es originario de Querétaro, pero le gustó tanto la ciudad de Tulancingo que aquí se dispone a pasar el resto de los días que Dios le permita. Incluso, si le es requerido, oficiará misas o celebraciones.

“Me sentí muy bien con la gente de Tulancingo, lo bonito es su gente”


Bajo la premisa de “el amor todo lo puede”, uno de sus ideales personales, Monseñor Domingo asegura que haber estado al frente de una Arquidiócesis como la de Tulancingo, con casi dos millones de fieles distribuidos en 105 parroquias de tres estados, fue como haber corrido un maratón. Sabedor de que llegó a su meta, se siente satisfecho por terminar, “y aunque sé que no llegó de primero o de segundo, sí estoy entre los premiados”, dice con júbilo.

En retrospectiva, concibe increíble todo lo que le tocó atravesar, más al recordar que nunca se imaginó que su carrera en la estructura católica lo llevaría hasta el arzobispado. En su mente juvenil, únicamente tenía el plan de ser sacerdote, cuenta con nostalgia en su mirada; incluso, asegura que por su aspecto físico, vestimenta y compromiso para evangelizar en barrios, cárceles y pueblos, nadie se esperó nunca que lo nombraran obispo.

Un específico pensamiento lo llevó a aceptar la encomienda: “si yo le pedí a Dios que me permitiera ser sacerdote, ahora que él me invita a que sea obispo, ¿Por qué le voy a decir que no?”. Este mandato lo trajo años después a Tulancingo para relevar a Monseñor Pedro Aranda Díaz (q.e.p.d), primer Arzobispo de la Arquidiócesis, clérigo que además le legó una colección de música clásica en la que desfilan nombres como Beethoven, Vivaldi, Bach y Mozart, acervo artístico que disfrutará desde el día uno de su nuevo estilo de vida.

La música será parte importante de este episodio: volver a tocar la guitarra, retomar los ritmos sabrosos del acordeón y con toda paciencia, aprender a tocar el piano. Además de meditar, reflexionar, escribir, pero sobre todo, descansar.

Sin embargo, antes de su retiro, derecho estipulado en los cánones eclesiásticos al alcanzar los 75 años de edad, tiene una última misión ante la feligresía tulancinguense: encabezar el festejo para la patrona de la Arquidiócesis, Nuestra Señora de los Ángeles, el próximo dos de agosto. De manera simbólica, este será el último compromiso de gran magnitud que corra a su cargo, porque en la última semana de agosto, específicamente el día 28, entregará la titularidad a Monseñor Oscar Roberto Domínguez Couttolenc, proveniente de la Diócesis de Ecatepec.

Al otro día, el 29 de agosto, celebrarán la misa de inicio de ministerio en el Seminario Mayor de Tulancingo, ante los 156 sacerdotes que componen la Arquidiócesis, estudiantes seminaristas y fieles católicos en general. Al menos habrá seis mil almas reunidas en la sede educativa para dar la bienvenida al nuevo pastor. Sin embargo, probablemente el día más emotivo no solo para él, sino para sus hermanos sacerdotes y también para el pueblo de Tulancingo, sea el miércoles 28.

En esa fecha, cruzará por última vez los altos portones de madera de la Catedral Metropolitana de Tulancingo como el segundo Arzobispo en la historia de esta ciudad, aquel llegado desde Tuxpan en 2008. Mirará por última vez como Arzobispo a su rebaño, aquel que lo llevó a recorrer las delgadas calles de los barrios altos tulancinguenses, los espesos y nublados bosques de Acaxochitlán, las húmedas tierras en la Sierra Poblana, los calurosos caminos veracruzanos.

El pueblo, por su parte, dará retiro a un Arzobispo cercano a su gente, siempre risueño, abierto y dispuesto para compartir la mesa, el vino, un pan, una charla. Cumplida la misión de ese día, dormirá, quizá por última vez, en el edificio colonial que aloja la Casa Arzobispal, ese domicilio azul ubicado en la Avenida Juárez en el centro de la ciudad, donde hace 16 años, le recibieron entre libaciones, bendiciones, porras y globos blancos.

“No voy a promover ninguna despedida, ahorita vamos a preparar la fiesta de la llegada del nuevo obispo. Recibanlo, porque él viene con muy buena voluntad. Conozcanlo, trabajen con él, porque el trabajo en la Iglesia lo hacemos entre todos. Dentro de tres años voy a cumplir 25 años de obispo y 50 de sacerdote, espérense, ese día me hacen la despedida, pero de momento, nos seguiremos viendo”, expresó para cerrar la entrevista, como siempre, con su particular sonsonete y su contagiosa sonrisa.


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