A partir de este sábado 16 de diciembre, comienza en todo México la celebración anual de las tradicionales posadas navideñas, que explicado en otras palabras, son el conjunto de fiestas vecinales o familiares que tienen lugar todas las noches a partir de dicha fecha y hasta el 24 de diciembre, día de la Nochebuena. Aunque estas reuniones se vuelven pretexto ideal para romper una piñata, atascarse de ponche y abundante comida, la realidad es que así como el culto a la Virgen de Guadalupe o hasta las pastorelas, surgieron como un instrumento para la evangelización del pueblo nativo y en este caso, para revocar el culto a una de las deidades más importantes del México prehispánico: Huitzilopochtli.
Para contar esto, hay que primero remontarnos a la época antes de la Conquista, cuando estas tierras eran dominadas por el Imperio Azteca y cuyo poderío se extendía ampliamente por el centro del Antiguo México. En aquel momento de nuestra historia, los aztecas celebraban durante el mes llamado panquetzaliztli (lo que para nosotros es diciembre), la llegada de Huitzilopochtli, dios de la guerra. Comenzaban así el sexto día del año y duraban 20 días, con el objetivo de celebrar precisamente el advenimiento de esta deidad.
Según remarca el investigador y antropólogo Fernando Híjar, “el pueblo se congregaba en los patios de los templos y esperaban la llegada del solsticio de invierno. El día 24 por la noche y durante el transcurso del día 25 había festejos en todas las casas, en los cuales se ofrecía comida a los invitados”, algo muy similar a lo que hoy hacemos en Nochebuena y Navidad, respectivamente.
Gracias a la coincidencia de las fechas con el festejo navideño que ya se tenía en Europa, españoles encontraron una manera de evangelizar al pueblo indígena sin modificar en práctica su costumbre, aunque sí en sustancia: se cambió el culto al dios de la guerra por la preparación para la Navidad, reemplazando las imágenes de Huitzilopochtli por las de los peregrinos San José y María.
Fue en el año de 1587 que el fraile agustino Diego de Soria,superior del convento de San Agustín de Acolman, obtuvo del papa Sixto V un permiso especial para la celebración de una serie de misas llamadas “misas de aguinaldos”, que tendrían lugar en la Nueva España del 16 al 24 de diciembre y en las que además se presentarían escenas biblícas, habría pirotecnia, luces, villancicos y años después, piñatas.
El paso de los años popularizó exitosamente esta práctica, pues se extendió a todo el país e incluso a otras naciones latinoamericanas que las celebran actualmente. Aunque de inicio eran las altas sociedades las que siempre sostenían posadas de alta alcurnia y despilfarro, con el tiempo estas fiestas se aferraron a los barrios y colonias populares, así como en calles aledañas a iglesias.
Su impacto cultural fue profundo, al grado que el término “aguinaldo” se usa hasta nuestros días para referirnos al pago que se otorga a cada trabajador para “alivianarse” en las fiestas decembrinas, o bien, la bolsa de dulces que se regala principalmente a los niños durante las posadas. Otro ejemplo de qué tan fuerte caló esta cultura en nuestra cosmovisión, es que ahora es común llamar “posada” a cualquier fiesta que se celebre en el mes de diciembre, aunque no tenga implicaciones religiosas.
El término posada viene precisamente de la acción de ofrecer alojamiento a los peregrinos José y María, como una forma de recordar el pasaje biblíco en que previo al nacimiento de Cristo, recorrieron el pueblo de Nazaret en aras de hallar un sitio ideal para que la Virgen diera a luz. De hecho, ese momento se recuerda en la tradicional letanía que cada vez se canta menos en las posadas: ¡Dichosa la casa que alberga este día, a la Virgen pura, la hermosa María!