De presencia identitaria y por supuesto motivo de uno de los atractivos turísticos más interesantes en el municipio, el ferrocarril llegó a Tulancingo probablemente gracias a una historia de amor. Y es que según lo contó Felipe Carrillo Montiel, director general de Museos en Tulancingo y también músico, este importante desarrollo tecnológico llegó de la mano de don Gabriel Mancera García de San Vicente, un importante ingeniero, político y empresario que destacó en la escena nacional a finales del siglo XIX y parte del siglo XX.
Originario de Pachuca y sobrino del también ilustre y sacerdote Nicolás García de San Vicente (éste, originario de Acaxochitlán), don Gabriel se convirtió en uno de los hombres más ricos del país, ya que también se dedicaba a la explotación minera, labor empresarial que heredó de sus padres Tomás Mancera Sotomayor e Isabel García de San Vicente, quienes eran dueños de desarrollos mineros en Mineral del Chico.
“Fue el primer mexicano en comprarse un tren (...) se casó con una mujer originaria de Tulancingo, quien entonces le dijo 'ya hiciste la línea MéxicoBeristain, pero quiero que traigas el desarrollo a mi ciudad'. Entonces, como amaba mucho a su esposa, se lo concedió”, contó Carrillo en una conferencia llamada “Tulancingo de mis Abuelos”, que ofreció ante adultos mayores con motivo del Día del Abuelo.
Fue así que para complacer a su esposa, la señora Manuela Soto Pérez, construyeron la primera estación a la que llamaron Ventoquipa, ya que se encontraba entre dos haciendas: la del Ventorrillo y la de Tezoquipa, de ahí que la población aledaña adscrita al municipio de Santiago Tulantepec y que es conocida por la existencia de un manantial, recibiera este nombre. Desde ese punto, salía la línea de ferrocarril hasta Tulancingo, atravesando lo que hoy en día es el boulevard Bicentenario hasta llegar a la estación de Tortugas en Metepec, colindante con Agua Blanca.
“La primera máquina de vapor llegó un dos de junio de 1893 a Tulancingo, a las 12:15. Don Gabriel quería que llegara en punto a las doce, pero hubo un problema en Ventoquipa y el tren llegó re trasado por quince minutos, pero por fin llegó”, abundó.
Sin embargo, este desarrollo ferroviario coincidió en época con el del inglés Richard Honey, con quien Mancera emprendió una competencia para ver quién era el primero en lograr una conexión que fuera desde la Ciudad de México hasta las costas del golfo. Mientras que Honey lo haría con vías que pasaban por lo que ahora es Acatlán y Apulco hasta llegar a la Huasteca y luego Tampico, don Gabriel optó por dirigirlo rumbo a Beristain, luego a Huauchinango, Villa Juárez y eventualmente, a Tuxpan.
No obstante y aunque dichas ideas eran ambiciosas para la época gracias al desarrollo económico que traerían a la región, “se atravesó la Revolución Mexicana y ya no se hizo realidad ninguno de los dos proyectos”. Pero antes de la lucha en contra de la dictadura de Porfirio Díaz, Mancera inauguró la Estación de Ferrocarril de Tulancingo en 1901, lugar que hoy se conoce por albergar el famoso Museo del Ferrocarril, al Museo del Santo y a la Cineteca Tulancingo.
Gracias a que Tulancingo en ese entonces fue reconocido por ser el “motor comercial del estado de Hidalgo”, se construyó una desviación de la vía Tepenacasco (proveniente de Acatlán y operadas por Honey) hacia nuestra ciudad, lo que después se convirtió en una ruta que iba desde Tulancingo hasta La Trinidad, en Puebla. Gracias a que el señor Honey llevó el desarrollo ferroviario hasta ese poblado, la gente en agradecimiento dejó de llamarle La Trinidad y lo nombró como Honey, vocativo que actualmente conserva.
Aunque como mencionamos anteriormente el Museo del Ferrocarril es actualmente uno de los principales centros culturales del municipio, al momento de su fundación como estación este punto del territorio tulancinguense estaba cubierto por bosques, era lejano al centro y estaba en las afueras de la ciudad.
En 1903, Mancera inauguró una línea de tranvías que atravesaban la calle Hidalgo (antes llamada Acuario) y que prácticamente trasladaban a la gente al centro comercial de Tulancingo del siglo XX. Es por ello que en muchas fotografías antiguas pueden verse rieles de vía en calles con abundante gente. Finalmente, Felipe Carrillo contó que en el año de 1923, desafortunadamente a la señora Josefina Huerta Márquez tras una inyección mal puesta en el brazo, tuvieron que trasladarla de urgencia en tren para evitar una amputación.
En compañía de su esposo, partió desde la estación de Tulancingo mientras que su hijo, un pequeño de cinco años de edad, se quedaba llorando viendo cómo se alejaba el ferrocarril con sus papás a bordo. Este pequeño se llamaba Rodolfo Guzmán Huerta o como mejor se le conoce: El Santo, Enmascarado de Plata.