/ lunes 13 de mayo de 2024

Rompe barreras la doctora Araceli Ramírez 

La médica cirujano menciona que dentro de todas las profesiones, la más humilde y servicial, debe ser la del médico 

La determinación y los propios caminos de la vida concedieron a Araceli Ramírez Martínez, médica cirujano, a ser una excepcional profesional de la salud, comprometida con sus pacientes.

Su formación no es la de cualquiera, las carencias y el esfuerzo, fueron dos ingredientes para conformar lo que hoy es su pensamiento: “dentro de todas las profesiones la más humilde y servicial, debe ser la del médico”.

La doctora Araceli Ramírez estudió siete años en la Escuela Latinoamericana de Medicina, en La Habana, Cuba, tras haber obtenido una beca otorgada por la Embajada de este país en México.

Fue una de las 100 elegidas de todas las nacionalidades y logró ser una de las 31 que concluyó la carrera, pues venció las dificultades y carencias, a través de su determinación.

Originaria de Pachuca pero criada de Zimapán, en Hidalgo, de donde eran sus abuelos, recuerda que de alguna manera nunca la tuvo fácil. Sus padres maestros debían ausentarse bastante tiempo para conseguir una mejor calidad de vida, por lo que Araceli y su hermana fueron cuidadas por sus abuelos maternos.

Cuando ella tenía 13 años su abuelo Adrián Martínez le detectaron cáncer de próstata y fue un calvario para la atención médica con personal distinte, frío y hasta grosero, tanto del sector público como privado.

Al señor lo traían de un lugar a otro, sin la atención debida y estas escenas fueron detonantes para que la doctora Araceli eligiera su profesión.

Siempre fue estudiosa, “una ñoña” como dice, y fue en el Colegio de Bachilleres del Estado de Hidalgo (COBAEH) plantel Zimapán, donde pudo, con ayuda de sus maestros, a ser un poco más sociable, menos introvertida, “incluso me costaba presentarme con los demás”, donde empezó a delinear lo que deseaba ser en el futuro.

Tras egresar realizó el examen para Medicina en el Ejército Mexicano, en el cual le fue muy bien, pero alguna circunstancia impidió su ingreso; por lo que se fue a la carrera de Químico-Farmacobiólogo en el Instituto Politécnico Nacional (IPN), en la Ciudad de México.

Por azares del destino un maestro que le impartía la materia de Anatomía y Función Humana y que también era docente en la Escuela Superior de Medicina del IPN, le comentó de la beca de la Embajada de Cuba.

Luego de pensarlo se registró y fue evaluada con cinco exámenes, el último fue una entrevista directa con el cónsul cubano, quien preguntó sobre su opinión de las corrientes del marxismo y comunismo.

Al poco tiempo le informaron que fue acreedora la beca. Salió de México el 17 de marzo de 2007 con sentimientos encontrados, entre emocionada y con miedo.

Llegaron al territorio cubano 100 becados de 27 nacionalidades distintas. Fueron recibidos por el personal de la Escuela Latinoamericana de Medicina, en La Habana, dan bienvenida y explican el proceso. Durante dos semanas estuvieron en aislamiento como preventivo de control de enfermedades.

Es en esta experiencia de siete años cuando valoró todo lo que tenía. La Escuela Latinoamericana como otras instituciones cubanas están en las periferias de las urbes, lejos de las distracciones.

Los estudios eran de 6:00 de la mañana a las 20:00 horas de lunes a sábado y solo con intervalos para comer, cuyos alimentos eran balanceados, pero no suficientes, entre ellos les brindaban leche con sal para fijar el calcio en los huesos.

Comparte que en ocasiones no había nada en la tienda para adquirir algún alimento, “teníamos dinero, pero no qué comprar”. En total eran dos mil alumnos.

El método educativo de Cuba es totalmente diferente al de México, allá es de razonar, no memorizar, por lo que es más exigente.

Pese a ser estudiosa en ese sitio supo lo que es reprobar y ni modo de arrepentirse, ya estaba en el camino. Su examen final constó de dos, el práctico y el teórico. El primero, de alguna manera, por su empeño logró calificación perfecta al diagnosticar un caso de apendicitis, pero uno raro, denominado retrocecal, que no tiene los síntomas típicos de una apendicitis.

Regresa a México en septiembre del 2013 y, nuevamente, topa con una dificultad porque el gobierno mexicano no reconoce sus estudios y tuvieron que pasar dos años para homologarlos y darle el grado de Licenciada en Medicina.

Opina que es un desacierto que médicos cubanos trabajen en territorio nacional pues el choque es tremendo, porque los cubanos tienen un sistema preventivo y en el país, es curativo.

Si bien la medicina y médicos de Cuba es reconocida a nivel mundial no favorece de este lado, porque la población no está educada para cuidarse y la formación profesional es diferente.

Realizó su servicio social en el Centro de Salud de Tlapacoya para validar sus estudios y aquí conoció al su director, el doctor Víctor Hugo Millán, quien la invitó a conocer la medicina forense.

Luego trabajo en el Centro de Salud de Mineral del Chico y fue directora por tres años en el Centro de Salud de Zimapán; actualmente labora en el área de Urgencias del Hospital General de Zimapán.

Además es perito médico en la Procuraduría General de Justicia del Estado de Hidalgo (PGJEH) desde el 2018 y es maestra en Medicina Legal y Forense por el Instituto Nacional de Ciencias Forenses de Puebla. Hoy cursa la maestría en Medicina de Urgencias y Medicina Aérea.

Su familia la tuvo cerca y siempre la apoyo. Ahora, más que nunca la impulsa para seguir adelante.

“Cuando se fija una meta se va derechito, puede ser que se desvié y la vida pone varias opciones y te lleva a un punto que no querías, pero sí tienes el objetivo en lo que quieres hacer, lo lograrás. No te encierres, sí estás decidido lo vas a alcanzar”.


La determinación y los propios caminos de la vida concedieron a Araceli Ramírez Martínez, médica cirujano, a ser una excepcional profesional de la salud, comprometida con sus pacientes.

Su formación no es la de cualquiera, las carencias y el esfuerzo, fueron dos ingredientes para conformar lo que hoy es su pensamiento: “dentro de todas las profesiones la más humilde y servicial, debe ser la del médico”.

La doctora Araceli Ramírez estudió siete años en la Escuela Latinoamericana de Medicina, en La Habana, Cuba, tras haber obtenido una beca otorgada por la Embajada de este país en México.

Fue una de las 100 elegidas de todas las nacionalidades y logró ser una de las 31 que concluyó la carrera, pues venció las dificultades y carencias, a través de su determinación.

Originaria de Pachuca pero criada de Zimapán, en Hidalgo, de donde eran sus abuelos, recuerda que de alguna manera nunca la tuvo fácil. Sus padres maestros debían ausentarse bastante tiempo para conseguir una mejor calidad de vida, por lo que Araceli y su hermana fueron cuidadas por sus abuelos maternos.

Cuando ella tenía 13 años su abuelo Adrián Martínez le detectaron cáncer de próstata y fue un calvario para la atención médica con personal distinte, frío y hasta grosero, tanto del sector público como privado.

Al señor lo traían de un lugar a otro, sin la atención debida y estas escenas fueron detonantes para que la doctora Araceli eligiera su profesión.

Siempre fue estudiosa, “una ñoña” como dice, y fue en el Colegio de Bachilleres del Estado de Hidalgo (COBAEH) plantel Zimapán, donde pudo, con ayuda de sus maestros, a ser un poco más sociable, menos introvertida, “incluso me costaba presentarme con los demás”, donde empezó a delinear lo que deseaba ser en el futuro.

Tras egresar realizó el examen para Medicina en el Ejército Mexicano, en el cual le fue muy bien, pero alguna circunstancia impidió su ingreso; por lo que se fue a la carrera de Químico-Farmacobiólogo en el Instituto Politécnico Nacional (IPN), en la Ciudad de México.

Por azares del destino un maestro que le impartía la materia de Anatomía y Función Humana y que también era docente en la Escuela Superior de Medicina del IPN, le comentó de la beca de la Embajada de Cuba.

Luego de pensarlo se registró y fue evaluada con cinco exámenes, el último fue una entrevista directa con el cónsul cubano, quien preguntó sobre su opinión de las corrientes del marxismo y comunismo.

Al poco tiempo le informaron que fue acreedora la beca. Salió de México el 17 de marzo de 2007 con sentimientos encontrados, entre emocionada y con miedo.

Llegaron al territorio cubano 100 becados de 27 nacionalidades distintas. Fueron recibidos por el personal de la Escuela Latinoamericana de Medicina, en La Habana, dan bienvenida y explican el proceso. Durante dos semanas estuvieron en aislamiento como preventivo de control de enfermedades.

Es en esta experiencia de siete años cuando valoró todo lo que tenía. La Escuela Latinoamericana como otras instituciones cubanas están en las periferias de las urbes, lejos de las distracciones.

Los estudios eran de 6:00 de la mañana a las 20:00 horas de lunes a sábado y solo con intervalos para comer, cuyos alimentos eran balanceados, pero no suficientes, entre ellos les brindaban leche con sal para fijar el calcio en los huesos.

Comparte que en ocasiones no había nada en la tienda para adquirir algún alimento, “teníamos dinero, pero no qué comprar”. En total eran dos mil alumnos.

El método educativo de Cuba es totalmente diferente al de México, allá es de razonar, no memorizar, por lo que es más exigente.

Pese a ser estudiosa en ese sitio supo lo que es reprobar y ni modo de arrepentirse, ya estaba en el camino. Su examen final constó de dos, el práctico y el teórico. El primero, de alguna manera, por su empeño logró calificación perfecta al diagnosticar un caso de apendicitis, pero uno raro, denominado retrocecal, que no tiene los síntomas típicos de una apendicitis.

Regresa a México en septiembre del 2013 y, nuevamente, topa con una dificultad porque el gobierno mexicano no reconoce sus estudios y tuvieron que pasar dos años para homologarlos y darle el grado de Licenciada en Medicina.

Opina que es un desacierto que médicos cubanos trabajen en territorio nacional pues el choque es tremendo, porque los cubanos tienen un sistema preventivo y en el país, es curativo.

Si bien la medicina y médicos de Cuba es reconocida a nivel mundial no favorece de este lado, porque la población no está educada para cuidarse y la formación profesional es diferente.

Realizó su servicio social en el Centro de Salud de Tlapacoya para validar sus estudios y aquí conoció al su director, el doctor Víctor Hugo Millán, quien la invitó a conocer la medicina forense.

Luego trabajo en el Centro de Salud de Mineral del Chico y fue directora por tres años en el Centro de Salud de Zimapán; actualmente labora en el área de Urgencias del Hospital General de Zimapán.

Además es perito médico en la Procuraduría General de Justicia del Estado de Hidalgo (PGJEH) desde el 2018 y es maestra en Medicina Legal y Forense por el Instituto Nacional de Ciencias Forenses de Puebla. Hoy cursa la maestría en Medicina de Urgencias y Medicina Aérea.

Su familia la tuvo cerca y siempre la apoyo. Ahora, más que nunca la impulsa para seguir adelante.

“Cuando se fija una meta se va derechito, puede ser que se desvié y la vida pone varias opciones y te lleva a un punto que no querías, pero sí tienes el objetivo en lo que quieres hacer, lo lograrás. No te encierres, sí estás decidido lo vas a alcanzar”.


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