Los muros desnudos reflejan de qué está hecho el Salón Pachuca, entre ladrillos y piedras de diversos tamaños dan cuenta de una de las cantinas más antiguas de Pachuca y varios de sus clientes dicen que a nivel estado. Más de cien años lleva abierta en la calle de Venustiano Carranza.
La historia del Salón Pachuca, una cantina de tradición
La fundó un hombre que le recuerdan solo por su sobrenombre “El Pajarito”, quien lo traspasó a Ramón González, “El Bigotón”, un cantinero que tuvo como sus principales consumidores a los mineros, funcionarios de la Procuraduría del Estado y trabajadores de una embotelladora que estaba enfrente, al cruzar la avenida.
En ese tiempo cambio de Salón Diana a Pachuca.
Después de “El Bigotón”, que ponía a la orden de los paladares pescado y huevo duro, se lo traspasa a Mario Juárez, que trabajaba en la Compañía Nacional de Subsistencias Populares, popularmente conocida como Conasupo, y tenía taxis.
La historia de esta cantina se sigue fraguando cuando asume la propiedad el “Licenciado Cosio” y para las recientes generaciones, desde hace 29 años, el lugar lo atiende Alejandro “Mateo”, hijo de Mateo Martínez.
“Mateo” fue “bautizado” así por quienes fueron sus primeros clientes, al suponer que se llamaba igual que su papá, quien fue uno de los pioneros en introducir la botana que acompañaba a las bebidas, cuando atendió y era dueño de la cantina La Reforma (avenida Cuauhtémoc).
En aquel entonces su hijo les ayudaba a lavar los vasos y para alcanzar el fregadero se subía a dos cajas de madera (hoy de plástico) donde ponían los envases de refrescos.
Esos y otros recuerdos compartió “Mateo” y su hermano Marín, quien está detrás de la barra, como el que algunos parroquianos le llamaron “El Nido Águila” al salón Pachuca, por la afición de los hermanos al Club América y que con la remodelación interior y exterior, dijo adiós al color amarillo chillón de sus paredes.
Así luce hoy el salón Pachuca
Dejar a “flor de piel” las piedras, la mezcla que las une a los ladrillos es porque simboliza la fortaleza, unión y solidez de quienes están detrás de ese negocio prospero, que se hincó ante la pandemia del Covid-19 y este mes le pinta otra cara a la recuperación económica, gracias a sus clientes, resumió, quien ya pasó la estafeta a su hijo, Mateo III, para seguir la tradición familiar.
Si sus paredes hablarán, esos gruesos muros hechos de piedra, con su original barra y contrabarra, darían cuenta de personajes que estuvieron ahí, “doblando el codo”, de los más actuales y vivos, han dicho salud quienes han sido gobernadores del estado o secretarios de estado, pero que ahí asistieron cuando sólo eran funcionarios de medio nivel o alcaldes.
Otros, aún siendo candidatos o ya como diputados federales, no se han resistido en regresar de vez en cuando.
El tiempo no perdona, los vasos de vidrio ahora son más delgados que los del siglo pasado; el mobiliario de ser gratuito y que promociona la marca de las “bebidas espirituosas”, hoy es vendido por las empresas etílicas o refresqueras; aunque los limones parecieran un lujo, se colocan de forma masiva, “porque es un ingrediente fundamental para las cubas y botana”, refiere Marín.
Una forma de percibir cómo ha mermado el poder adquisitivo con el paso de un siglo en el parroquiano “común y de a pie”, apunta “Mateo”, es que ya no consume como antes, en la época “más chingona” del Salón Pachuca cuando la fundaron, comparó.
Como fiel devoto de Dios y San Judas Tadeo, cree firmemente que vendrán tiempos mejores, aunque ese nuevo coronavirus se haya llevado a “muchos” de sus clientes, ya entraran por esas puertas tradicionales de cantina a tomarse “dos o tres tragos” los parroquianos que seguramente platicarán sobre esa terrible enfermedad que cambio la forma de convivir.