Sobreviviente al paso de los siglos, se mantiene firme sobre su arcada de piedra, el Puente de Ahíla en Santiago Tulantepec, esto por las historias que hay detrás de esta edificación.
Esta obra rocosa fue iniciada en 1824 y terminada en 1826, desde entonces, únicamente una vez ha sido intervenido por el hombre; se trató de una ampliación del puente en el año 2017, pero se debió de respetar la estructura original, pues el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), lo protege y resguarda.
También, durante esa intervención, con ayuda de una maestra en Paleografía, se logró traducir ciertas palabras escritas en el puente, que ya se perdieron y fueron mal interpretadas en un intento de restauración.
En dicho mensaje expresa lo siguiente: "Al zelo del Ylustre Ayuntamiento por este puente en 1826. A expensas de los fondos municipales, su constancia generosa le concluyo en 1826 venciendo grandes obstáculos. Pueblos libres ved dignamente empleado el fruto de vuestros afanes. Bendecid la memoria de los padres de la patria enalzad sus nombres".
El Puente de Ahíla fue construido hace muchos años y debajo de este pasa el río San Lorenzo que viene desde Cuautepec y Ventoquipa. Hay quien dice que pasar de madrugada no es solo oír los lamentos y llantos de bebés, sino también apariciones de una mujer vestida de blanco que se guarda en las márgenes del río. De hecho, se oculta para luego salir y subirse de acompañante con algún automovilista, para luego desaparecer en medio de la nada.
Quienes habitan en las proximidades de este sitio, dicen escuchar lamentos que pareciera se los lleva el viento hasta el interior del hogar, donde la piel de los moradores se les pone chinita, y, además, el llanto de los niños se escucha hasta las primeras horas del alba.
Don Enrique Olvera García, originario del sitio, cuenta que su abuelo Cristóbal Olvera Arriaga vio a la llorona un día que andaba a caballo, este que tenía fama de que le gustaban las mujeres, la invitó a montar; ya iba con él, cuando quiso mirarla, se dio cuenta de que era un esqueleto. Otra de las leyendas que envuelve al puente de Ahíla, es que al ser construido habían emparedado a dos niños en el punto de unión de los arcos, lugar donde se corta el agua. Según la leyenda estos eran emparedados vivos, con la creencia de que la estructura así no se caería. Se sabe que con el tiempo se ponían ofrendas (golosinas, dulces, pan) a los niños como para distraerlos y contentarlos mientras los emparedaban.