Envueltas en un polipapel y con servilletas, bien doraditas y con una marca parrillera en su lomo y también en su pancita, las tortas de La Cabaña o como le dicen muchos tulancinguenses, las de “La Cabañita”, llevan varios años siendo acompañante de decenas de estudiantes que desfilan diariamente por aquí o que usan el pasillo fayuquero para cortar camino.
De igual forma le sirven de abrazo cálido al paladar de transeúntes, trabajadores, operadores del transporte público, entre muchos otros oficios que se conjugan en el mero corazón de nuestra ciudad.
Su ubicación favorece en gran medida para que, sin temor a equivocarnos, 8 de cada 10 habitantes de Tulancingo ya hayan degustado al menos en una ocasión, el crujiente sabor que aquí preparan las manos de señoras de la región. Justo en la entrada de la Fayuca, entre la Catedral Metropolitana y la Escuela Primaria “Miguel Hidalgo”, ahí donde termina la callecita del Heroico Colegio Militar y comienza la tan sonada Manuel F. Soto, se halla un modesto estanquillo, tapizado por supuesto por los tradicionales rótulos torteros que introducen al que camina por ahí a su vasto menú.
Y vasto se queda corto porque se ofrecen hasta 77 variedades de tortas, pasando por las clásicas que se sirven en todas partes de la República hasta llegar a las más endémicas, propias de Tulancingo y que fortalecen nuestro distintivo de Pueblo con Sabor:
De jamón, de chorizo, de huevo con chorizo, de atún, de tocino, de chuleta, de queso de puerco, de queso blanco, de pastel de pollo; y por supuesto las especialidades como la tulancingueña, que lleva pollo enchilado con salchicha; la famosa rancherita, con un guiso de costilla de cerdo ahumada a la mexicana bañada en una salsa picosita de habanero; o la cubana, que sin mayor reserva y a discreción de las maestras torteras se le pone “de todo”. Haciendo cálculos, para un estómago creativo las combinaciones resultan en cientos de posibilidades para quedar con “barriga llena, corazón contento”.
Platicamos con Ariadna Silva, encargada de este local (porque hay dos con el mismo sello, la otra se encuentra frente al Caballito, en el bulevar Zapata, conocida popularmente como “La Fuente”), quien nos platicó que a casi tres años de su llegada puede constatar que en promedio se preparan 300 tortas diarias, aunque la favorita del público siempre ha sido la Rancherita.
Explicó que para que la maquinaria culinaria funcione adecuadamente se requieren al menos cuatro pares de manos: una persona para comal, encargada de darle sabor y calentar los respectivos guisados o elementos; dos señoras en preparación, quienes cubrirán la telera con su respectivo aderezo (mayonesa, mostaza) y también vestirán a nuestra “tortuga” con el rellenito de costumbre, quesos, jitomate, cebolla o frijoles según sea el caso. Finalmente, la de parrilla, cuya misión es darle calor al pan para dejarle ese fino tatuaje doradito que ya mencionamos y para añadir el crujiente toque que encantará a cada mordisco, medio además para gratinar el quesillo que se sirve en casi todas sus creaciones.
Abierto de 10 de la mañana hasta las 07:30 de la noche, La Cabaña despacha de lunes a viernes, salvo el 25 de diciembre y primero de enero. Los costos oscilan de 40 pesos en adelante y para beber cuentan con refrescos y jugos. Junto con La Preferida y La Luz Roja, este lugar es uno de los lugares más icónicos para comer tortas en Tulancingo, aunque mucha gente también destaca las Tortas Gigantes de El Chaparrito, por la central camionera; y las tortas de nata que se venden en La Abeja, sobre la avenida Juárez. Hablaremos de ellas próximamente.