/ lunes 25 de noviembre de 2024

La familia Montiel Islas vivió con el ferrocarril de Tulancingo

Mario e Ignacio llaman a preservar la historia ferroviaria en el museo de Tulancingo

En Tulancingo, la historia de la familia Montiel Islas está ligada a la del ferrocarril, pues fue para el jefe de familia, Manuel Montiel Solís, a quien heredaron este oficio como parte del legado familiar, pues de los siete hermanos, cuatro dedicaron su tiempo y trabajo a los ferrocarriles.

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Mario Agustín Montiel, quien sirvió más algunos años al mantenimiento, inició como reparador de vías y con esfuerzo, ascendió a mayordomo de vías. “Todo empieza desde abajo”, aclara.

Él estaba a cargo de la vigilancia y reparación de 26 kilómetros de vías. Su equipo, que en sus inicios contaba con siete trabajadores, se redujo a tres debido a recortes.

Mario relata cómo vigilaban que las curvas soportaran el peso de las máquinas más grandes y reemplazaban las piezas deterioradas. “Era un trabajo duro, pero había una hermandad ferrocarrilera que lo hacía especial”, comenta.

Por su parte, Ignacio Montiel recuerda que trabajó como garrotero, un puesto que hacía el cambio de rutas del tren. “Había que estudiar para ser garrotero, ya fuera de patio o de camino. Las noches, las heladas y la lluvia lo hacían complicado, pero las experiencias eran de lo más bonito”, rememora.

Ignacio también recuerda cuando se llegó a descarrilar un tren en Zocotlán y que ellos mismos lo levantaban con sus propias manos.

Relata que en su labor ocupaban lámparas de petróleo, petardos y luces rojas para dar aviso que el tren estaba a punto de llegar y poder cambiar la vía.

“Hoy todo es más sencillo con la tecnología, pero antes era una labor de mucho compromiso y peligros, teníamos que cuidar nuestro tren”, agrega.

Ambos coinciden en que el declive de los ferrocarriles inició cuando las carreteras tomaron protagonismo. Los tráileres, más rápidos y con acceso directo a las fábricas, empezaron a suplir a los trenes de carga, para más tarde disminuir la afluencia de pasajeros.

El Santo, icono de Tulancingo, partió en tren

Ellos comentan que fueron los primeros en habitar lo que hoy es la colonia ferrocarrilera, sin embargo, lamentan el abandono del Museo del Ferrocarril en Tulancingo.

Recalcan el saqueo con cada nueva administración e invitan a las autoridades a designar personas apasionadas por el tema para cuidar y promover la historia ferroviaria.

“El museo debería ser un espacio vivo, con más publicidad y actividades que mantengan viva la memoria del ferrocarril… que no se deje perder la historia de Tulancingo”, coinciden.

En medio de su relato, comparten un dato curioso: El Santo, el icono de la lucha libre, partió de Tulancingo rumbo a la Ciudad de México en un tren, uniendo dos tradiciones que forman parte del alma del lugar.

Finalmente, los hermanos Montiel hicieron un llamado a preservar la historia del ferrocarril, una tradición latente de Tulancingo y una fuente de identidad para las generaciones futuras.

En Tulancingo, la historia de la familia Montiel Islas está ligada a la del ferrocarril, pues fue para el jefe de familia, Manuel Montiel Solís, a quien heredaron este oficio como parte del legado familiar, pues de los siete hermanos, cuatro dedicaron su tiempo y trabajo a los ferrocarriles.

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Mario Agustín Montiel, quien sirvió más algunos años al mantenimiento, inició como reparador de vías y con esfuerzo, ascendió a mayordomo de vías. “Todo empieza desde abajo”, aclara.

Él estaba a cargo de la vigilancia y reparación de 26 kilómetros de vías. Su equipo, que en sus inicios contaba con siete trabajadores, se redujo a tres debido a recortes.

Mario relata cómo vigilaban que las curvas soportaran el peso de las máquinas más grandes y reemplazaban las piezas deterioradas. “Era un trabajo duro, pero había una hermandad ferrocarrilera que lo hacía especial”, comenta.

Por su parte, Ignacio Montiel recuerda que trabajó como garrotero, un puesto que hacía el cambio de rutas del tren. “Había que estudiar para ser garrotero, ya fuera de patio o de camino. Las noches, las heladas y la lluvia lo hacían complicado, pero las experiencias eran de lo más bonito”, rememora.

Ignacio también recuerda cuando se llegó a descarrilar un tren en Zocotlán y que ellos mismos lo levantaban con sus propias manos.

Relata que en su labor ocupaban lámparas de petróleo, petardos y luces rojas para dar aviso que el tren estaba a punto de llegar y poder cambiar la vía.

“Hoy todo es más sencillo con la tecnología, pero antes era una labor de mucho compromiso y peligros, teníamos que cuidar nuestro tren”, agrega.

Ambos coinciden en que el declive de los ferrocarriles inició cuando las carreteras tomaron protagonismo. Los tráileres, más rápidos y con acceso directo a las fábricas, empezaron a suplir a los trenes de carga, para más tarde disminuir la afluencia de pasajeros.

El Santo, icono de Tulancingo, partió en tren

Ellos comentan que fueron los primeros en habitar lo que hoy es la colonia ferrocarrilera, sin embargo, lamentan el abandono del Museo del Ferrocarril en Tulancingo.

Recalcan el saqueo con cada nueva administración e invitan a las autoridades a designar personas apasionadas por el tema para cuidar y promover la historia ferroviaria.

“El museo debería ser un espacio vivo, con más publicidad y actividades que mantengan viva la memoria del ferrocarril… que no se deje perder la historia de Tulancingo”, coinciden.

En medio de su relato, comparten un dato curioso: El Santo, el icono de la lucha libre, partió de Tulancingo rumbo a la Ciudad de México en un tren, uniendo dos tradiciones que forman parte del alma del lugar.

Finalmente, los hermanos Montiel hicieron un llamado a preservar la historia del ferrocarril, una tradición latente de Tulancingo y una fuente de identidad para las generaciones futuras.

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