Tulancingo era de los pocos lugares que defendían ferozmente los españoles, al estallar la guerra de Independencia. El pueblo ya había resistido un primer ataque en febrero de 1812, por parte del Ejército Insurgente.
Aprovechando que la tropa realista se encontraba defendiendo Pachuca y recuperando Atotonilco, varios jefes militares se reunieron en Zacatlán para el ataque a Tulancingo.
En el libro “La insurgencia en el Departamento del Norte”, se describe la escena donde Osorno, Serrano, Villagrán, Cañas, Anaya, Espinosa y Juan Agustín González y el gran tren de artillería de Beristáin, concentraron sus fuerzas para el ataque.
En ese momento Tulancingo significaba un punto clave territorialmente para el paso a la Sierra, el Golfo, la Huasteca y el centro del país, además de un excelente proveedor de materia prima y alimentos. Se narra cómo arribaron al valle un ejército de 10 mil hombres, 4 mil armas y nueve cañones que colocaron en lo alto del cerro del Tezontle.
El ataque duró seis días, desde el 24 de mayo la ciudad resistió a pesar de que los independentistas contaban con un mortero improvisado, hecho con una campana que arrojaba piedras de más de 20 kilos. Francisco de las Piedras, comandante de Tulancingo, logró repeler las arremetidas y después fue auxiliado por Domingo Claverino que llegó desde Pachuca.
Los insurgentes no solo fueron repelidos, sino que fueron perseguidos presentando varias bajas, sin saber que estuvieron a pocas horas de rendir a los españoles, pues ya no tenían parque ni armas.