Aunque la cita era a las siete de la tarde, decenas de “cabecitas blancas” ya acaparaban las sillas dispuestas en la velaria del Jardín La Floresta, en el mero corazón de Tulancingo, desde minutos antes. Como cada viernes, el centro de la ciudad se vuelve escenario de las tradicionales Noches Bohemias, sucesor espiritual del “Jueves de Danzón” que hasta antes de la pandemia era una de las actividades más pintorescas en el municipio.
Tal cual ocurría en los días de danzón, a este encuentro musical llegan amantes de las piezas de salón que en otras épocas dotaron de identidad a tribus urbanas que se conservan hasta la actualidad, es el caso de los pachucos. En Tulancingo, aunque ya no se ve a tantos, este viernes hubo al menos tres parejas que llegaron con sus zapatos de charol, trajes en colores vivos y por supuesto, sombreros y abanicos.
Esta postal se complementa con todo lo que ocurre alrededor: niños que corren y rien en los juegos que están a espaldas de la velaria, donde los estanquillos no dejan de vender chicharrones, dulces y cigarros para los asistentes al concierto. Familias jóvenes, esas que acompañan a los abuelos a escuchar la bohemia, abarrotan los puestos de elotes y esquites, extendiendo las filas que de por sí, siempre son largas todos los viernes.
Al pulso de las ocho de la noche, aproximadamente, y luego de la intervención del grupo local telonero “Charlie”, ensamble que deleitó con sus voces femeninas jóvenes y que prendió los ánimos para la banda estelar, saltaron al escenario los Pasteles Verdes, con sus característicos trajes esmeralda y una actitud festiva que de inmediato se robó los aplausos.
Con sonrisa pícara y miradas que remontaron a sus juventudes, Olga y Toño, pareja con más de 50 años de matrimonio, no dejaron pasar “Bésame Mucho”, una de las canciones con las que según expresaron en breve, “es una con las que nos enamoramos”, cuando eran vecinos en el Callejón de la Luz, pequeña arteria de la colonia Anáhuac, en la Ciudad de México. El destino los puso en Tulancingo y el amor al recuerdo en La Floresta, este viernes 7 de junio.
Pero no solo bailaron los abuelitos. En la pequeña y conglomerada pista, que en realidad eran los pasillos que se formaron en la velaria y alrededores, también se animaron personas jóvenes, que no se resistieron ante el convincente organillo que arropó una noche más o menos fría, porque se templó con el recibimiento de aproximadamente 500 personas.
La asistencia no es para menos, pues son ya 52 años de tradición que preceden a los Pasteles, agrupación de origen peruano pero que gracias a su estilo y romántica letra, se colocaron principalmente en los escenarios de Argentina y México. Y es que basta con escuchar ese clásico órgano, o bien, el desgarrador riff de la guitarra en “Hipocresía”, para que se sienta en los pies el ansia de sacudirse; o en la garganta la sed, la sed que “domina mis antojos y a mi sangre vuelve loca”.