Acaxochitlán, es uno de los municipios donde más se recolectan y comercializan hongos silvestres que crecen en la zona boscosa, pero a decir de María, ya no hay tanta variedad, como en otros años: “al acabarse los árboles, se acaba todo, pero la verdad es que los hongos son toda una tradición que no muere, sólo hay que saber cuáles y dónde adquirirlos”
Originaria de Santiago Tepepa, comenta que es una buena temporada de venta, y la gente los adquiere bien: “para que la gente conozca que no son venenosos es fácil, si tiene como ajonjolí es de cuidado (amanita phalloide o muscaris)”.
Añade que es una tradición vender hongos, desde niña aprendió a recolectarlos, y sus ancestros fueron quienes le enseñaron.
La recolectora, comenta que cuando hay más lluvias, abundan las escobetas, yemas, azules, rojos, venados, mololoches, y un sinfín de nombres que tienen estos hongos silvestres: “Me levanto temprano para ir al monte, hasta cinco horas buscando entre los árboles”.
Fomentó en sus hijos, el arraigo por esta costumbre que se ha hecho una forma de vida: “Lleno mi bote de hongos, y los traigo a la plaza, para que las clientas las puedan preparar asados, caldo, mixiote, o en otros guisos”
Pese a la costumbre arraigada – conocimiento generacional- en los pueblos originarios y donde algunos de sus habitantes llegan a las ciudades igualmente a ofrecer sus productos del campo, autoridades sanitarias alertan tomar precauciones, señalan, a la hora de comprarlos y muchos más, comerlos, erradicar los mitos de que si se le pone una moneda de plata cuando se están cociendo para determinar si son tóxicos o no.
Según técnicas ancestrales, se piensa que si se ennegrece el material que pone en el agua cuando se están cocinando, el hongo es peligroso. Por el contrario, si no hay alteración, el hongo puede comerse. Pero son solo tradiciones empíricas, nada comprobables.
Derivado de los casos de intoxicación, que en años anteriores se han presentado y ameritaron hospitalización de familias enteras, en la región Tulancingo, es cómo implementan operativos. Sin embargo, las mujeres provenientes de etnias defienden su labor.
“Aprovechamos lo que nos da la tierra en medio del bosque, en las laderas, y en la base de un árbol. Sabemos qué hay hongos que no son comestibles, pero, otros, como las yemas y escobetas, sí pueden comerse. Es sólo saber dónde y cuáles comprar”, finaliza María, vendedora de Acaxochitlán.